miércoles, 17 de diciembre de 2014

Guerrero

texto original de Julieta Manterola, publicado anteriormente

en El escondite de Orfeo


Despertaste ensangrentado, sin saber siquiera por qué habías caído o quién te había derribado. La espada, clavada en tu pecho. Tu ropa, desgarrada. Tu escudo, demasiado lejos. Lo primero que viste fueron tus manos, ensangrentadas también. Sentiste el sabor dulce de la sangre en tu boca. A tu alrededor, no había más que cadáveres. ¿Por qué sobreviviste?

Sacaste la espada de tu pecho. Tragaste la sangre. Te convertiste en un extraño para el mundo y el mundo se te volvió un lugar ajeno.

Inmortal:
¿Cómo es el mundo que ves?
¿Ves la justicia que a mí se me escapa?
¿Ves la injusticia de una forma aún más cruel?
¿Tu dolor tiene acaso una mejor causa?

Y guerrero:
¿Qué has aprendido en todos estos años?
¿Has perdido la fe o la has encontrado?

Guerrero, de Salvador Dalí (1982).




















domingo, 23 de noviembre de 2014

La insoportable levedad de la condición humana



Cada uno de ellos había creado un infierno para el otro, 
pese a que se querían.
(Milan Kundera, La insoportable levedad del ser)

Dios mueve al jugador y este, la pieza. 
¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza 
de polvo y tiempo, y sueño y agonía?
(Jorge Luis Borges, Ajedrez)

Acercamientos al análisis de la novela corta Los diarios de Adán y Eva


  En este estudio, me propongo analizar la novela corta Los diarios de Adán y Eva, del escritor estadounidense Mark Twain. (Este seudónimo hace referencia a una expresión utilizada por los marineros del río Mississipi, su lugar de origen. Este significa “marca dos” y tiene que ver con la profundidad a la que se encuentra el fondo del río, calado mínimo necesario para la buena navegación y dato importante para evitar encallar. Su verdadero nombre era Samuel Langhorne Clemens). Dentro de la obra del autor, en la que tienen una indiscutida relevancia las célebres novelas Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn, que son utilizadas como lectura complementaria en su país de origen, este relato breve que ironiza sobre la historia del Génesis suele pasar desapercibido y quedar relegado a una instancia menor. Sin embargo, este texto configura uno de sus momentos creativos más elocuentes, al utilizar con ejemplar sutileza el sarcasmo, el humor.
  Para su análisis, intentaré abordar conceptos y temas como la metaficción historiográfica, el posmodernismo en la literatura y la definición de ironía, parodia y sátira dentro de esta, así como la interrelación de estos conceptos. Diferentes textos de la canadiense Linda Hutcheon, teórica y crítica literaria, servirán oportunamente de soporte; sin dejar de lado a una gran variedad de autores como Markus Sasa, Santiago Juan-Navarro, Ihab Hassan, Catherine Kerbrat-Orecchioni, entre otros.

La guerra bíblica de los sexos


  Los diarios de Adán y Eva presenta una curiosa forma narrativa. En primer lugar, podemos observar la construcción de un narrador multiperspectivista, ya que delega la voz de la narración primero en Adán y luego en Eva, a través de la transcripción de sus diarios. A su vez, esto genera una nueva instancia narrativa intradiegética, en los términos de Irene Klein, filóloga y profesora de la Universidad de Buenos Aires (UBA). La voz de Adán y la posterior fluctuación hacia la de Eva establecen narradores protagonistas, en primera persona y con una focalización interna. En segundo lugar, también es pertinente destacar la particularidad del tiempo del relato que corresponde a un relato reiterativo, según la teoría de Gérard Genette, uno de los creadores de lo que hoy conocemos como narratología. Esto se refiere a que se presenta una misma historia –la cual sucede una sola vez–, contada dos veces por sus actores principales para, de esta forma, contrastar sus diferentes puntos de vista y concepciones de la realidad. En tercer lugar, cabe mencionar y destacar la utilización, por parte del autor, de la intertextualidad y de la ironía como recursos para hacer una crítica a la sociedad moderna occidental y sus más arraigadas costumbres y nociones, así como las formas de interactuar y relacionarse que han heredado (sin muchas objeciones ni grandes aspiraciones para modificarlas) los hombres y las mujeres a lo largo de los siglos. 
  En la figura de Adán, Mark Twain presenta los estereotipos más intolerables o reprensibles, desde el punto de vista femenino, del género masculino y retrata una postura defensiva por parte de este ante la presencia y actitud controladora de Eva, la mujer. Adán la define a Eva como un “verdadero estorbo” y preferiría que no hablara. En sus propias palabras: “La nueva criatura dice que se llama Eva. Perfecto, nada que objetar. Dice que así podré llamarla cuando quiera que venga. Le dije que en tal caso la información me parecía superflua […]”. En contraposición, la figura de Eva está cargada de los estereotipos más reprochables, desde el punto de vista masculino, del género femenino. Así es como ella, sabia al distribuir culpas, logra hacerlo sentir culpable a Adán por su expulsión del Edén. Sin embargo, la mirada de Mark Twain sobre la mujer dista bastante de la referencia bíblica y realza cualidades que escapan a un simple contraste de estereotipos o, si se quiere, guerra de sexos. La figura de Eva es, por momentos, la de una mujer independiente y creativa, que siente curiosidad y disfruta de la contemplación de la belleza. Se considera diferente y hasta superior a Adán. Pero, consciente de esto, pone siempre por encima de todo su amor hacia él. Eva está siempre pendiente de un reconocimiento por parte de Adán que nunca llega: “Lo vi otra vez, durante un momento, el lunes pasado al anochecer., pero solo un instante. Esperaba que me elogiara por mis intentos de mejorar el lugar porque yo tenía buenas intenciones y trabajaba mucho. También se cuestiona ese amor que siente: “Si me pregunto por qué lo amo, me doy cuenta de que no lo sé, y realmente no me importa demasiado saberlo. […] En el fondo es bueno, y lo amo por eso, pero podría amarlo aun cuando no lo fuera. […] Es una cuestión de sexo, pienso”. Tal vez se deba esto al hecho de que el diario de Eva fue escrito algunos años más tarde, luego de la muerte de su esposa.
  El libro cuenta la historia del Génesis, de cómo se conocieron el primer hombre y la primera mujer sobre la tierra, su interacción, su expulsión del Jardín del Edén (al caer en el pecado), el nacimiento de su primer hijo y su posterior vida juntos hasta la muerte de Eva. En este relato, no hay alusión o rastro alguno de la presencia divina de Dios en ningún momento, ni siquiera en el momento de la expulsión del Edén. De esta forma, Mark Twain nos susurra al oído, nos dice entre líneas, con toda su perspicacia y sarcasmo, la falta de responsabilidad del mismo Dios sobre sus creaciones humanas.

Uno y el mismo


  Antes de comenzar con el análisis, quisiera abrir un paréntesis e intercalar algunos conceptos borgeanos sobre algunas cuestiones que se encuentran implícitas en la novela del estadounidense. En primer lugar, podría hablarse de una temática recurrente en los textos de Borges que se refiere a la identidad: un hombre es todos los hombres, es el postulado. En una clara y oportuna alusión al Génesis, Borges dice: “Lo que hace un hombre es como si lo hicieran todos los hombres; por eso, no es injusto que una desobediencia en un Jardín contamine al género humano” (Ficciones, “La forma de la espada”). Por sustancia o por analogía, el autor nos dice que todos los hombres son iguales, en tanto son víctimas y victimarios, maestros y discípulos, escritores y lectores, verdugos y castigados, guerreros y cautivos; son uno y el otro al mismo tiempo. Esta noción da una idea de la pérdida de la individualidad humana, de la identidad. El hombre es todo y es nada al mismo tiempo, y la verdad está en el devenir. Logra definirse a sí mismo y a la realidad que lo rodea, en la contraposición, en lo antagónico a su persona, en un juego de dobles que se complementan entre sí.
  De la expresión de la tríada dialéctica, del filósofo alemán Friedrich Hegel, mediante la cual hace referencia a una concepción de la realidad como un proceso circular, movido por el principio de contradicción, se desprenden tres instancias: la tesis, que es el ser visto como identidad y no en su totalidad o en relación con lo otro; la antítesis, en la que se produce la negación de sí mismo ante lo otro que provoca una alienación u objetivación; y la síntesis, la totalidad alcanzada por la razón, al negar la negación y lograr la superación, la reconciliación del ser. Dicha reconciliación configura una nueva tesis, por eso es que el proceso es circular. Esta es una de las teorías más importantes y representativas de la obra del filósofo y se encuentra comprendida dentro del libro Ciencia de la lógica. De esta forma, Adán y Eva, a través del lenguaje –estructura de símbolos que organiza el pensamiento–, intentan definir su entorno, los elementos que los rodean, y al otro, para poder así definirse a ellos mismos. Ambos diarios, que resultan una suerte monólogo interior, abundan en descripciones del otro y de sus reacciones y formas de relacionarse. Adán se pasa años tratando de averiguar qué es esa criatura que, luego de descartar una infinita variedad de hipótesis, comprende que es su hijo. Podría decirse entonces que tanto Adán como Eva son al mismo tiempo quien los escribe, el narrador y el autor, Mark Twain, o quien los lee, cualquier hombre o mujer, todos los hombres y mujeres, ya sea por la función, ya por el castigo, ya por el destino. Todas las historias son formas distintas de una misma historia, todos los episodios pueden agotarse en uno solo, y todos los hombres son un solo hombre, ya sea por analogía, ya sea por oposición, son la misma sustancia: el espíritu.
  En segundo lugar, se refiere Borges también a la ironía, ya que resulta también una figura recurrente en sus textos. El autor dice que al intentar explicar una realidad que se nos escapa, una realidad en donde no hay una negación o una afirmación ya que no permite deducciones lógicas, la ironía es la única respuesta. La ironía, dice, es una mirada crítica, trasgresora, descreída y elocuente, fundada en lo absurdo y lo antagónico. “La ironía es la respuesta y la pregunta al mismo tiempo, dice lo que no dice y no dice lo que realmente dice, es una exactitud burlada, un disparate presentado como indiscutible, que confunde aclarando” (Martínez Sánchez, El hombre posmoderno). En el segundo eje, ampliaré sobre el concepto del humor en las obras literarias y las nociones y manejos de la ironía, la parodia y la sátira.

Borrar con la mano y escribir con el codo (palimpsestos)



  Los palimpsestos son manuscritos antiguos que conservan huellas de una escritura anterior borrada artificialmente. En esta definición se hace referencia a la idea de esta nueva versión de la historia del Génesis escrita esta vez por sus protagonistas. La principal característica de Los diarios de Adán y Eva que puede observarse es su evidente intertextualidad con la Biblia, como documento histórico o como obra literaria. Mark Twain juega entonces con esta doble significación y legitima la obra a la que se refiere, en un primer momento, para luego deconstruirla en esta parodia satírica o sátira paródica, manifestando un cuestionamiento a los conceptos sociales canonizados por la cultura occidental.
  A partir de la producción novelesca contemporánea, Linda Hutcheon crea el concepto de metaficción historiográfica que puede servir de eje para un primer acercamiento al análisis de esta obra. Este concepto surge de un cambio en el marco del conocimiento histórico que se dio en la ruptura entre el modernismo y el posmodernismo. (Debe aclararse que, si bien Mark Twain es anterior a la etapa posmoderna, evidencia en sus obras esta “voluntad de deshacer”, un impulso deconstructivista para la recuperación de la cultura popular, propio de los posmodernistas. Asimismo, las fechas inaugurales son arbitrarias y es posible descubrir antecedentes del posmodernismo en Nabokov o Cortázar o en autores tan dispares como Sade, Blake o Rimbaud, ya que en la obra de todos ellos está presente la ruptura, la descentralización, la desmitificación o el deconstructivismo). El concepto de metaficción se atribuye al establecimiento de nuevos cánones para tratar el material histórico y relacionarlo con la ficción. La aproximación posmoderna a la historia acentúa las similitudes entre ficción e historia y revela un alto grado de intertextualidad en el arte. Traza paralelismos entre lo histórico y lo ficticio, y mezcla ambos discursos para obtener una amplia variedad de juegos formales y contextuales.
  Según el posmodernismo, el acceso a la historia se da solamente a través de documentos y relatos sobre el pasado. Es decir, el conocimiento histórico es una construcción discursiva, compuesta de verdades relativas que dependen siempre del contexto interpretativo y de la condición subjetiva del narrador. De esta forma, Mark Twain relata la historia del Génesis a través de los manuscritos que trascriben el diario de Adán y el diario de Eva. Se debe pensar a estas transcripciones como documentos históricos, que son, sin lugar a dudas y de forma adrede, en extremo subjetivos y contrapuestos entre sí. Por esto, la novela elabora un inteligente juego entre el material histórico y el estatus que este es capaz de adquirir dentro de la ficción; reconstruye los hechos históricos de forma creativa sobre la base de la información disponible, obviando su estatus de ficción. Legitima la Biblia como un documento histórico, o como una obra literaria en el mejor de los casos, y la reinterpreta, rescribe la historia y le atribuye nuevos significados. De hecho, lo que hace el autor no es ficcionalizar la historia, sino que lo que intenta es darle a este discurso ficticio el status que tendría un documento histórico. La aclaración “Traducido del original”, que aparece como subtítulo al comienzo de cada diario, da la idea de un registro histórico formal y, a su vez, anticipa las desviaciones que se harán respecto de este. Toda traducción es, en algún punto, una interpretación que no podría nunca ser una transcripción literal de aquello que reproduce. El texto se verá siempre afectado tanto por las diferencias entre la lengua original y a la que es traducida como por la experiencia y la subjetividad del traductor que trabaja dicha obra.

Cuestión de humor


  La ironía es una antífrasis, según Kerbrat-Orecchioni (famosa lingüista que reformuló el esquema comunicacional de Jakobson), es una oposición entre lo que se dice y lo que se quiere hacer entender. La legitimación de la historia bíblica del Génesis, por parte del autor, podría así ser considerada una burla irónica ya que, mediante su afirmación, la niega. Esta es una de las funciones pragmáticas de la ironía, que consiste en un señalamiento evaluativo casi siempre peyorativo. Pero antes, se debe hacer una diferencia entre lo que es la ironía, la parodia y la sátira. Diferenciaciones sobre las que ha teorizado la misma Linda Hutcheon.
  La ironía, al ser intertextual, tiene una dependencia diferencial, una mezcla de desdoblamiento y de diferenciación con una memoria genérica. Esta también opera por medio de la repetición y de la diferencia. El análisis de la ironía se limita a palabras o frases y no a un texto o a una obra completa. Por otro lado, la parodia y la sátira sí tienen esa posibilidad. Estas también poseen elementos de intertextualidad. La parodia señala, es una especie de revisión impugnadora o de relectura del pasado que confirma y subvierte a la vez el poder de las representaciones de la historia; se niega a satisfacer la expectativa de clausura o a proporcionar la certeza distanciadora que la tradición literaria ha inscrito en la conciencia colectiva. La sátira tiene como finalidad corregir algunos vicios e ineptitudes del comportamiento humano, a través de su ridiculización. A estas ineptitudes, en el sentido en que son morales o sociales y no literarias, se las considera como elementos extratextuales.
  Los diarios de Adán y Eva es una parodia y, a su vez, una sátira. Como parodia, contrapone dos textos, al mismo tiempo que en su desarrollo contrapone dos puntos de vista. Como sátira, cuestiona las convenciones sociales y culturales en cuanto a la forma en que los hombres y mujeres interactúan. Cuando estos tres puntos se entrelazan, se puede hacer un uso pleno de la ironía. Por lo expuesto, se puede relevar que esta novela corta es una parodia satírica o una sátira paródica.
  Es curioso notar que las estrategias paródicas posmodernistas son empleadas, a menudo, por artistas feministas para llamar la atención hacia la historia y el poder histórico de esas representaciones culturales que todavía hoy siguen vigentes, contextualizándolas, para reconstruirlas. Algunos artistas varones han usado la parodia para investigar su propia complicidad en tales aparatos de representación, al tiempo que siguen tratando de hallar un espacio para la crítica. El uso de la ironía, por parte de Mark Twain, tiene una doble significación. Este, a través de la mirada de Adán, hace una crítica y ridiculiza los estereotipos femeninos, al mismo tiempo que lo ridiculiza a Adán mismo, ya que nos damos cuenta, más tarde, al leer el diario de Eva, de que sus impresiones sobre ella y sobre su realidad están completamente erradas. Lo mismo le sucede a ella, tanto en la crítica y la ridiculización del otro como en su imposibilidad de comprenderlo a él y a su entorno. Puede notarse también que en el texto no hay resolución dialéctica o una evasión superadora de la contradicción. Sus diferencias y sus lamentos carecen de un punto de entendimiento o de concertación: simplemente aprenden a soportarse el uno al otro.
  Adán no está contento con el criterio de Eva para nombrar las cosas que los rodean. Sin embargo, ella cree que a Adán le gusta que tenga esta iniciativa, ya que él no parece ser bueno para eso. Ella se adelanta siempre a él para evitarle la vergüenza pero, en realidad, esto lo pone molesto. Eva también cree que, al dejarle un día libre a la semana para el descanso, le ha dado una utilidad a Adán, el hábito del trabajo. Este piensa todo lo contrario, no quiere saber nada de eso. Adán, por su parte, piensa que utilizar palabras complejas infunde respeto en ella, pero eso no le preocupa en lo más mínimo a Eva. El juego entre las diferentes impresiones que tiene cada uno del otro y de lo que les sucede es inagotable en sus posibilidades y en el tiempo.
  El autor intenta darles fuerza a sus ideas a través de la alusión a tradiciones y conocimientos generalmente reconocidos. No hace falta siquiera haber leído la Biblia o tener una comprensión reflexiva superior sobre las relaciones humanas para entender y disfrutar de su obra. Presenta al lector ciertas pautas y datos mínimos –mediante los cuales este puede deducir las reglas del juego irónico– y, a su vez, lo alerta de otras posibilidades o razonamientos. Pone en evidencia cómo las representaciones presentes vienen de representaciones pasadas y qué consecuencias ideológicas se derivan tanto de la continuidad como de la diferencia. Abre el debate sobre cómo estas ideas moldearon nuestra forma de ser y de relacionarnos entre hombres y mujeres, desafía las nociones preconcebidas y cuestiona toda la cultura.
  Me arriesgo a conjeturar que, más allá de lograr modificar algunas conductas nocivas o ineptitudes para su interacción, tanto hombres como mujeres poseen una concepción del mundo diferente uno del otro, lo viven y lo sienten de formas muy distintas, ya desde un aspecto biológico. Y, aunque tal vez fuera posible igualarnos en ese aspecto, resulta improbable, a través del lenguaje, darle una idea precisa al otro de lo que uno piensa o siente. Por el momento, podemos reírnos de esto, un poco nomás, sin confiarnos demasiado.
















A mil besos de profundidad

A thousand kisses deep, de Leonard Cohen


Traducción: Paulo Manterola.


Esta es una selección de algunas estrofas de un poema que Leonard Cohen ha trabajado durante largo tiempo. Hasta el día de hoy, aún lo considera incompleto, y continúa dedicándose a este y agregándole estrofas. Muchas versiones hay de este poema, cada una con su propia selección de versos. Esta versión es la que he elegido yo para traducir.

Te me acercaste esta mañana y
me trataste como carne. Tendrías
que ser hombre para saber
lo hermosa, lo dulce que es esa caricia...
... mi alma gemela, mi compañera:
te reconocería en mi soñar.
Y quién más que vos podría arrastrarme
a mil besos de profundidad.

No importa si el camino es largo
y se empine cada vez que echamos a andar;
o si la luna desaparece y todo a nuestro
alrededor se torna oscuridad.
No importa si nos perdemos el rastro,
está escrito que nos volveremos a encontrar.
Al menos, eso escuché que decías
a mil besos de profundidad.

El otoño se abrió paso en tu piel;
ese algo en mis ojos, ese brillo al que
no le importa estar vivo,
y tampoco perecer.
Pero te ves bien, realmente bien:
todos adoran verte pasar.
Si estuvieras acá, me arrodillaría ante vos,
a mil besos de profundidad.

(Y tu aroma me penetra
hasta cuando te pienso,
y tu recuerdo, intacto, no me permite pensar
más que en lo que olvidamos haber hecho
a mil besos de profundidad).

Los caballos corren, las chicas son jóvenes;
las oportunidades están ahí, dadas.
Ganás un rato y te retirás, con un
pequeño triunfo y tu racha intacta.
Y, aun así, tu derrota no se
puede disfrazar,
y vivís tu vida como si fuera real
a mil besos de profundidad.

Sé que tuviste que mentirme, que
me has tenido que engañar;
pero estos juegos ya no nos dejan ver
la virtud que hay en decepcionar.
Esa verdad está rota; esa belleza, derrochada;
ese estilo ha de pasar,
desde que el Espíritu Santo se entregó
a mil besos de profundidad.

Si te amé cuando te abriste
como un lirio al estío;
lo sabés, soy un muñeco de nieve,
inmóvil ante la lluvia y el frío.
Ese que te amó con su amor de hielo
y un físico a medio desgastar,
con todo lo que es y todo lo que fue,
a mil besos de profundidad.

Pero ya no tenés que escucharme ahora,
ni meditar cada una de mis
palabras al hablar;
De todos modos, jugaría en mi contra...
... a mil besos de profundidad.



















sábado, 15 de noviembre de 2014

Soneto XCIII

traducciones libres y despreocupadas


Continúo con esta serie de traducciones que no intentan reproducir con fidelidad las palabras de William Shakespeare, si no el ánimo y el vuelo de su retórica, el ritmo, la musicalidad de su lenguaje poético. A fin de evitar ofender a nadie, considero esto menos una traducción que una interpretación de su obra.
































Debo entonces acostumbrarme 
y suponer 
que tu amor es sincero,
y quererte como quiere un amante resignado.
Aunque tal vez tu corazón acaricie
aquello que yo siento,
no sé leer en tu rostro si es a mí
a quien prefieres a tu lado.

No podría adivinar 
en tus tenues y cándidas facciones
si es angustia, amor
o desprecio,
los sentimientos que has de profesarme.
Ya ves, las palabras que estos versos componen 
con la tinta viciada fueron escritas
de gestos, muecas y otras 
arbitrariedades.

Y es que los cielos, en su grandeza,
han dispuesto
que se preserve tu talante inmune
a las aflicciones cotidianas
cualesquiera sean
tus pasiones o pensamientos,

tu mirada no podría probarme 
más que una tierna bondad humana.
Como la manzana y Eva, 
estoy rendido ante tu gracia; y como ella,
en tu virtud, no manifiestas
lo que tu corazón
demuestra.




miércoles, 12 de noviembre de 2014

Fantasía y fuga



  Mi sobrino despierta en brazos de mi mamá. No entiende qué pasa. Hace un poco de berrinche, pero se la pasa pronto. Se aferra a la mamadera. Después, mamá me lo pasa. Está tranquilo conmigo. Pongo su cabeza sobre mi pecho, le hago unos mimos, le doy mi dedo, se sonríe. Siempre está contento, las rabietas no le duran mucho, y tiene una curiosidad inagotable. Su sonrisa es transparente, desprejuiciada, amable, pero que pareciera que anticipa algo en él, como la mía, opina mamá, como la de mi papá, o como la de mi tío.
  Hace rato que no lo veo, que lo siento lejos “al Carlos”, como le dicen, así, con el artículo, porque es de mendocino. Es escultor y vive en San Luis, con mi tía, que también es escultora, y dibuja. A veces no te das cuenta de dónde surgen las imágenes, le escuché decir a ella, cada pieza es única, como cada momento de la vida. Es una linda reflexión. Cuando era chico, siempre tuve la sensación de que su casa era un lugar mágico, como la fantasía viva de un artista, una especie de santuario del arte, primitivo, rústico. Los pasillos están envueltos por ramas, troncos, macetas, hojas, cañas y, por supuesto, esculturas. En cada rincón donde uno mire, hay esculturas y dibujos por todos lados. Está llena de cosas que muchos dirían que es basura, pero ellos las convirtieron en anafes, lámparas, estantes, escaleras, bibliotecas. El patio parece una pequeña selva, con su horno de barro, su piso de canto y lajas, y más esculturas. Cada uno tiene su propio taller en la casa: el trabajo es solitario; el motivo es la necesidad creadora, como la de Sísifo, que empuja su piedra una y otra vez, eternamente.
  Allí está el absurdo del que hablan algunos pensadores, en esa necesidad que nos deja vacíos y nos vuelve a llenar, cuando damos ese salto de fe que implica el impulso artístico. “Uno debe imaginar feliz a Sísifo, por eso vuelve a empujar la piedra”, dice Albert Camus en su famoso ensayo. Y así es como me lo imagino siempre a mi tío, sonriendo. Las plantas de su casa sonríen con él, las sierras y el río también. Y así lo veo a mi papá, a pesar de todo. Y, cuando me miro al espejo, sonrío… Es un ejercicio del alma cuando el cuerpo no puede, y uno del cuerpo cuando no puede el alma. Habitamos la herida. El dolor no vale nada, y las pasiones son de esas cansadas, las que pretenden agotar el ámbito de todo lo posible en cada intento, cuenta un filósofo romano.
  La ciudad de San Luis siempre me pareció lejana, a miles de años luz de Buenos Aires, y solitaria. El aire es limpio; el paisaje, despojado. Las calles de tierra se sienten bien, pero la sensación de vacío me es inevitable. Siempre me imaginé que, en el medio de lo que para mí era la mismísima nada, lo único que habitaba ese desierto era la casa de mis tíos. Alguna vez, fue homenajeada como la Casa de la Escultura; muchas obras de ellos están desparramadas por todas las plazas de la provincia. Viajaron y ganaron premios en algunas partes del mundo. Nunca se sintieron extranjeros en ningún lado ni necesitaron saber una palabra en otro idioma. El vínculo es otro. Ellos abren caminos, siempre. No creen en la utilidad del arte, lo ven como un pensamiento que perdura en el tiempo, por su propia presencia, donde las personas plasman sus sensaciones.
  Hubo un invierno que pasamos en la casa de mis tíos. Hacía mucho frío y me dijeron que nevaba. Yo era muy chiquito, no puedo recordarlo. Parece que me enfermé mucho y nos tuvimos que volver a Buenos Aires. También, para una navidad, mi tío se disfrazó de papá noel. Eso sí lo recuerdo. Me tocó de regalo un muñeco de Mazinger Z que disparaba los puños, y perdí uno esa misma noche.
  Cuando hablo con mi tío, se sonríe. Escucha las palabras, festeja lo que le cuento, y me abraza. Es querendón, afectivo. Y cuando me ve tocando la guitarra o cantando, me abraza más fuerte. Y, cuando habla él, también se sonríe, y uno se contagia de eso. Todo le resulta curioso, se asombra de cosas como los planos que hace mi viejo, las historias de los libros o los primeros gestos de mi sobrino, le hace gracia, como si la vida misma fuera un chiste, de esos con los que uno se tienta cuando los cuenta. El Carlos siempre fue así, con sus ataques también, me dice mamá, y me deja pensando: “Reíte, si querés —escribió W. H. Auden en uno de sus poemas—, pero tenés que saltar”. El salto de fe frente al absurdo de la existencia, para no paralizarse, me imagino.
  Mi tío explora, siempre, le gusta descubrir. Cree en lo inexplicable de la existencia, en darle sentido, resignificarla: el ímpetu de los leones no se reprime en sus cuevas… Algo de eso hay en su sonrisa y en sus “ataques”, el hecho de no comprender el mundo que nos rodea pero, al mismo tiempo, enfrentar esa incomprensión. Y a mí me gustan los leones que marchan en la oscuridad, me gustan las personas que saltan; no ese salto estúpido, temerario, sino ese salto consciente, rebelde, un salto que se justifica en sí mismo, como el de la orquesta del Titanic, que sigue tocando.
  Siempre fue depresivo, dice mamá, como tu papá. Y mi idea de hombre-niño se deshace, o se reafirma. Tal vez haya algo en los genes de los hombres de esta familia, y me acuerdo de una mañana que me desperté con los gritos de mi papá y mi mamá: “¿No ves que estoy harto de estar vivo?”, dijo papá. ¿Qué se le responde a alguien que dice eso, alguien a quien amás? ¿Cómo se reacciona? ¿Cómo se sigue? Me gustaría preguntarle eso, pero parece una guachada. Eso es algo de mamá y no me meto.
  Los tres trabajamos esa piedra, mi tío, mi papá y yo, creo, cada uno a su manera, como Sísifo. Mi tío la transforma en esculturas; mi papá, en planos, cemento, tabiques, vigas, casas, espacios; yo, le tallo palabras. Ese es nuestro absurdo, nuestro instinto creador, nuestra felicidad, tratando de encontrar las líneas de fuga del deseo, de hacer de nuestra propia vida una obra de arte, como chicos, tratando de olvidar que sabemos, viviendo el instante de terminar una cosa y empezar otra.
  Tu tío no sabe mucho sobre nada, dice mamá. Creo que yo no podría atreverme a hacer ese tipo de simplificación sobre nadie, menos de alguien que conozco, y que reconozco en mí, con todas nuestras contradicciones.
  Le paso mi sobrino de vuelta a mi mamá. No deja de mirarme, y me sonríe, y abre los ojos bien grandes cuando yo le devuelvo la sonrisa. Es el cuarto hombre de la familia, tiene toda una vida por delante, y una herencia extraña en su sangre. Pienso que me gustaría que me vea a mí como yo los veo a mi tío y a mi papá. Quisiera que no tenga que sentir que está cansado de estar vivo alguna vez, nunca, o que sobre su espalda, que todavía me entra en una mano, no caiga el peso de esa herencia, el de la piedra de Sísifo, el de la interiorización del abismo antes del salto, o que sepa llevarlo mejor que nosotros por lo menos. Quisiera que no pierda nunca ese instinto creador que viene con uno, como dice mi tío, como el cantar de los pájaros, que padecemos y celebramos los hombres de esta familia. Y que sonría, que juegue y que se ría de las obligaciones, de los prejuicios, de la solemnidad, de la tristeza, de la muerte, de todo, que se ría mucho.


viernes, 17 de octubre de 2014

La mujer que eligió no tener alma



Ella reemplazó la bolsa vacía del suero por una nueva. Chequeó que todo estuviera bien, controló el goteo, reguló la dosis, se lavó las manos. Rezarle a algún dios sería más efectivo, pensó. También, a veces, imaginaba que se le escapaba un poco de aire por el catéter. No es piedad si no es divina, opinaban otras enfermeras. Le hacía gracia la idea. Como el suero que ahora tiraba a la basura, el pueblo se había vaciado; las calles, los hogares, las escuelas, los bares, todo en una soledad transparente. En el hospital, quedaban nada más que dos médicos, tres pacientes en cuidados paliativos y ella. 
  Hacía unas semanas, para evitar los malos olores, los habitantes habían decidido incendiar el cementerio. Se le había ocurrido a ella la idea. Luego, como ya no quedaban chicos, a todos los que siguieron los fueron cremando y enterrando sus cenizas en el parque infantil del hospital, o en la plaza principal. La necesidad los hizo improvisar. Qué más daba. Cualquiera podía ser el siguiente. Habían tenido que aprender a cavar y, cuando se cansaron de cavar, empezaron a arrojar las cenizas al lago. El agua se había vuelto gris y ya no sabía dulce ni salada. Así como el pueblo, el curso del agua no se precipitaba hacia ningún lado, en medio de montañas y caminos de tierra. Los hornos del crematorio habían dejado de funcionar y debieron empezar a usar el horno de barro de la pizzería del pueblo. Ella solía encargarse de todo. Los dos médicos, por su parte, poco podían ofrecer más que paliar el avance del síntoma que, en definitiva, era tarea de ella. La peste no los había matado, pero los había vuelto enfermeros, que era todavía peor.
  Pocas personas habían podido irse antes de que se volviera una epidemia. Los que se habían quedado fueron muriendo uno a uno; al principio, de manera repentina y, después, más sosegada. Murieron primero pilotos, choferes, capitanes, periodistas, locutores, carteros, telefonistas, administrativos, operadores. El pueblo quedó incomunicado, una zona rural, en el medio del mediterráneo, entre rocas, donde hasta el viento pasaba de largo y lo único que se quedaba era el polvo. Después, fueron muriendo jueces, comuneros, policías, bomberos. Parecía como el propio pueblo estuviera ejecutando su muerte asistida, y ya no había autoridades que pudieran reprobarla.
  Desde un principio, ella nunca abandonó a sus pacientes hasta el último aliento de cada uno de ellos, aún a los que estaban más graves, sin importar qué. Era una mujer fuerte y con carácter. A los médicos, parecía costarles creer que todavía siguiera viva. Tal vez sus diferentes fobias a la suciedad y a los gérmenes y su obsesión con los métodos antisépticos habían ayudado, y empezaron a imitarla: cuando ella se lavaba las manos, ellos también lo hacían; se habían vuelto más prolijos y metódicos, y parecía funcionarles. Ella los miraba con desprecio por momentos, modificaba sus rituales para descolocarlos, pero lo cierto es que no podía ver un hilo de polvo. Le quitaba la tierra hasta a las macetas. Y, ahora, cada vez tenía más trabajo, había que ocuparse de limpiar las calles, las mesas de los bares, las plazas, las tumbas, su casa y, además, cuidar de los últimos tres pacientes y de los dos médicos, que no sabian bien qué hacer consigo mismos. 
  En la mayoría de los casos, las personas se habían ido muriendo antes de que pudieran llegar al hospital. No se podía saber cómo ni por qué ya que el médico forense había sido uno de los primeros en morir. A los que habían tenido la suerte de ser ingresados al hospital, les habían hecho todo tipo de estudios, que no mostraron nada relevante: todos tenían tantos síntomas que no se podía hacer ninguna reducción. Entonces, quedaban al cuidado de ella, que ahora era la que estaba a cargo del hospital.
  Los últimos tres pacientes murieron el mismo día, una mañana de domingo. Ella ya se había acostumbrado, no dijo nada, se limitó a limpiar los cuerpos, después lavarse ella y se dirigió a la pizzería para encender los hornos. Los médicos se sintieron contentos, pensaron que tal vez todo había terminado, que con esos tres se había ido la peste también, y se encargaron ellos mismos de incinerarlos. Sin embargo, después de algunos días, empezaron a sentirse un poco mal. Al primer síntoma de malestar, ellos mismos se internaron y le dieron específicas instrucciones a la enfermera, que siguió al pie de la letra. Pero no hubo caso. Uno murió el jueves de la semana siguiente y el otro, dos días después. Todo se había reducido a ella, solo a ella, a la chica a la que, a sus veinte años, le habían diagnosticado una extraña anomalía en la sangre que parecía ser terminal. El último de los médicos, un amigo de su padre, había sido quien había descubierto esa anomalía. Había hecho algunas cosas más por ella también. La chica decidió seguir la carrera de medicina, para aprender sobre su “enfermedad” que, al parecer, había sido la razón por la que había muerto su madre cuando le dio a luz. Después, se especializó en química biológica, y el médico la ayudó mucho para conectarla con las personas adecuadas fuera del pueblo. Tan generoso había sido el hombre que pensó sería apropiada una gratificación de parte de ella y, de esa gratificación, se engendó un niño, que nació muerto, a causa de la enfermedad de ella. Cuando volvió al pueblo, el médico mantuvo una distancia precavida. No sabía cómo iba a reaccionar. Estaba cambiada ciertamente, y había decidido dedicarse a la enfermería. Se había sentido tan desamparada cuando tuvo que sostener en sus brazos a su niño muerto que no quería nadie tuviera que sentirse así nunca. También pensó que aquel médico merecía que algo terrible le pasara. Cuando le cerró los ojos, ese sábado por la tarde, tuvo sentimientos contradictorios. Todo lo que había pasado. Primero lloró y después sonrió aliviada.
  Salió entonces de ese hospital que la había visto dar sus primeros pasos en la profesión, cruzó la calle, pasó la plaza principal y se dirigió al bar de una de las esquinas que la rodeaban. Agarró una botella de vodka de detrás del mostrador, un vaso de vidrio, y se fue a sentar en una de las mesas de la vereda. Limpió el vaso varias veces, y la botella, la silla, la mesa. Después, se sirvió dos medidas; un exceso, pensó, pero lo ameritaba. Todavía no había caído la sombra de la tarde y corría una brisa amable por las calles; el pueblo parecía aliviado también. Se acercaba la primavera.
  Pensó en lo que le había costado encontrar la forma de neutralizar su anomalía, encontrar la cura para su enfermedad. Se sintió orgullosa de sí misma cuando lo logró. Por supuesto, no le interesaba a nadie más que a ella. Hasta donde sabía, no había otra persona que tuviera la misma aflicción. Pensó también en el momento en que descubrió que su “vacuna”, aplicada a cualquier otra persona, resultaba mortal, sin excepciones. Esta despertaba los mismos síntomas que ella sufría, pero mucho más rápido y de manera más corrosiva, invadía todos los sistemas. Los demás no contaban con su capacidad inmunológica que, desde chica, su cuerpo había desarrollado. Pensó entonces cuándo se le había ocurrido usarla por primera vez. Había sido con su primer novio. Nada premeditado, sino más bien accidental. Había bebido de un vaso en el que ella estaba haciendo un cultivo. Y su muerte también se tomó como un accidente, ya que no había sido posible identificar una causa precisa. El único que podía saber de qué se trataba todo eso era aquel médico. En algún momento, cuando lo supo, lo calló. De igual manera, ese novio suyo se lo merecía, pensó ella y se rio. No era un hombre de lo más correcto, y estaba sospechado de abusos sexuales, entre otras, a una amiga de ella. Después, recordó el momento en que se había dado cuenta de que este accidente podía pasarles a otras personas, otras que también merecieran tenerlo. Y quién, entonces, cualquiera que sea, no merecía tener un accidente para algún otro cualquiera. Su padre, que no hizo nada cuando ella le contó lo que su amigo le había hecho, sin dudas, lo merecía. Su amiga, que la había condenado, porque pensaba que ella lo había protegido a su novio. La policía corrupta, los médicos incomptentes, los encargados altivos, los empleados descorteses, las parejas que malcrían a sus hijos, los malcriados que no piensan en nadie más que ellos mismos, las prostitutas, los clientes, los adúlteros, los violentos, los pasivos, los imbéciles. Y así, uno por uno, hasta llegar a ella, a esa tarde. 
  Sabía bien que, ahora, ella lo merecía más que nadie: había logrado eliminar todo un pueblo. Sin embargo, dudaba. No parecía tener el valor o el altruismo suficiente para suicidarse. En el cajón de un armario de su casa, había dejado una libreta en la que había anotado todo desde el primer día. Nadie nunca lo vería. El pueblo desaparecía silenciosamente. Tal vez dios, si acaso existía, la debería haber detenido… o no. 
  Sacó un frasco de uno de los bolsillos de su uniforme y le agregó un poco de cianuro a sus dos medidas de vodka. Repasó con el dedo la superficie de la mesa y comprobó su pulcritud. Se felicitó en silencio. Los rayos del sol trasparentaban todo, a ella también. Sintió la brisa rozar su piel enferma, mientras jugaba con el vaso.


















Esta pintura fue hecha en pastel sobre papel en 1903, por Mikalojus Ciurlionis. Se titula Funeral Symphony. La pintura expuesta al inicio es de Joan Snyder, de 1970 (expresionismo abstracto): Symphony.




domingo, 12 de octubre de 2014

Laberintos

sentirse como
una rata
atrapada en un laberinto
que nunca buscó
y del que sabe
que hay una sola salida y es
esperar morir,
debe ser una de las dos
o tres cosas
más desesperantes y aterradoras
que alguien pueda sentir.
ser la rata
junto a aquella otra rata,
oler su destino
e intuir en este el propio,
su angustia,
sin llegar a comprender del todo,
se siente
más o menos parecido.
tal vez,
un poco más
triste.

Cóncavo y convexo de M. C. Escher.

Laberinto de David Burliuk.

Laberinto de Salvador Dalí.




miércoles, 27 de agosto de 2014

De lo que están hechos los hombres y de lo que están hechos sus mitos

pequeño homenaje a Julio Cortázar...



  Me acuerdo, sentado en el piso del comedor de mi departamento, frente a la biblioteca, mientras la repaso impaciente y busco algo que me empuje más allá de los símbolos y las tipografías, y encuentro, de repente, y saco un libro… Me acuerdo, digo, de una chica que solía sentarse a mi lado, en el piso, donde estoy yo ahora, con las piernas hacia los costados como en posición india y los dedos de sus manos enredándose en sus tobillos, que examinaba los títulos y los autores, sus ojos daban saltos, me preguntaba, y yo observaba sus labios… Me acuerdo. Y justo saco el libro que me lo había regalado ella. Lo abro y leo su nombre, arriba del título, en la primera página; no su verdadero nombre, uno con el que fantaseaba. El libro está viejo y la edición es mala, pero había sido un lindo regalo: Fantomas contra los vampiros internacionales, o algo así, de Julio Cortázar. Un regalo perfecto en el momento perfecto. No es fácil eso. Ella lo amaba, y estaba bien, ¿qué mujer no lo hace? Se la pasaba hablando de él. Yo hacía rato que ya no lo soportaba: me había traicionado. Desde chico que lo leía. Y él me había prometido un bestiario de criaturas mágicas y hermosas, mitológicas. Criaturas terrenales también que, a pesar de parecer despiadadas y crueles, eran dueñas de un romanticismo que las llenaba de luz, y esto las convertía en seres tiernos y leales, capaces de un amor noble. Él me había prometido otras realidades, otra cosa más allá de los sueños, la continuidad de los parques, palabras que guardaban una especie de magia dentro, el encuentro del amor ansiado en las situaciones más insólitas, como en una autopista: un amor que nos iba a partir como un rayo. Y lo cierto es que ese rayo siempre lo parte a uno solo. Pero yo le creía en ese entonces: convence, Cortázar convence. Sin embargo, a medida que fui adquiriendo experiencia en el mundo, me di cuenta de que leerlo es muy lindo, pero la vida no es como una de sus historias. De hecho, está muy lejos de serlo. Él parecía saber exactamente lo que querían las mujeres (un tipo fascinante, en verdad), aunque lo cierto es que no sabía nada: lo que quieren las mujeres lo saben las mujeres. Algunos, como Cortázar, tenemos a veces el descaro o la cobardía de contarles qué es lo que quieren a ellas y, a veces, convencemos… Fantomas, ese libro extraño y difícil que hoy tengo entre mis manos, gracias a ella, a la que hoy siento lejos, logró algo que yo ya creía imposible: ese libro, o esa chica, me amigó con el hombre de los cronopios y de las famas. Aunque todavía no le volví a creer, para nada. Pero, en ese momento, pude conocer a un Cortázar que hablaba de sí mismo en la cuarta persona; que se ponía cachondo en el vagón de un tren con una rubia italiana, pendeja, tonta; al que Susan Sontag le daba vuelta la cara por teléfono y hasta le reprochaba el hecho de que era un mamero. Es decir, un Cortázar más humano, no el mito romántico que se construyó sobre él y que ya se nos sale por todos los orificios. Su mejor versión, a mi entender. Conocí también el gesto más lindo y encantador que alguien haya tenido conmigo, de una ternura totalmente impulsiva. Precisamente, ella parecía haber salido de uno de sus cuentos: ese pelo prendido fuego, sus ojos de mar, los labios fervorosos, inquietos y una piel tersa, rosada, que desbordaba picardía. Yo solía quedarme mirando sus ojos como si dentro de ellos hubiera encontrado el aleph del que hablaba Jorge Luis Borges. Y ya no quería saber más nada, me perdía. No me importaba nada de lo que sucediera alrededor, antes, después, más tarde: ya estaba todo ahí, en esos ojos verdes. Pero ella no lo hubiera entendido. No le gustaba Borges, no sabía lo que era eso. Y el movimiento de su cuerpo al caminar me recordaba a una de las enfermeras del doctor Havel, de los “amores ridículos” de Kundera. Y era ciertamente ridículo: ella no conocía ese libro tampoco. Y, después de todo, ella se me hacía más a la señorita Cora o a Delia. A veces, cuando la tenía entre mis brazos, yo me sentía un personaje trágico y mitológico. Y eso, aunque ella lo habría entendido, no se lo iba a decir.
  Sigo, entonces, pasando con indiferencia las páginas del libro, de Fantomas, mientras pienso e imagino su vocecita diciéndome algunas palabras en francés, trato de recordar el sonido de las palabras que me dijo la primera vez que salimos, pienso en algo sobre lo que escribir. Es inútil, no puedo. Y me detengo, de repente, en una página, y leo —y estas tal vez sean las palabras más lúcidas que Cortázar alguna vez escribió—:
“Menos mal que Borges ya se jubiló”.





















viernes, 22 de agosto de 2014

La guachada

Las luces de las ventanas de un hospital.
Solas, tristes.
Una guachada.
Las esperanzas, los suspiros.
Los que no pueden dormir.
Los que saben que quizás no despierten.
Los que esperan.
Una guachada.
La soledad de una avenida a la media noche.
Una plaza vacía.
Una guachada.
Un teléfono que suena desesperado.
La sensación de que algo no está bien,
de que ese algo es uno.
La noche más larga del mundo.
El frío en los huesos.
La idea de que, si alguna vez dejás de mirarme,
voy a dejar de existir.
Una guachada.
Un corazón que late más rápido de lo que avanza la noche.
El temblor en las manos.
La ansiedad por volver a verte.
Una guachada.
La claustrofobia en el pecho de sentirte lejos.
El silencio. El terror. Tus ojos.
Este deseo profundo,
deseo.
Nunca me quites los ojos de encima.
No te canses de mí.
Hablame.
Nunca te canses de hablarme.
Este exceso.
Una guachada.

Danae. Gustav Klimt.

















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De la nada (out of the blue)
























ella me telefoneó desde alguna ciudad,
lejos:
“nunca pude discutir con vos”,
me dijo,
“siempre salías corriendo.
mi esposo no es así,
él se me pega, no me deja estar;
me pega”.

“nunca creí en las discusiones”,
le dije,
“no hay nada que discutir”.

“te equivocás”, dijo ella, “deberías
tratar de comunicarte”.

“esa palabra, comunicar, se abusa de ella; como
de amar”, le dije.

“pero ¿no creés que dos personas se pueden
amar?”, preguntó.

“no si se tratan de comunicar”,
le contesté.

“estás diciendo pelotudeces”,
dijo ella.

“estamos discutiendo”,
dije yo.

“no”, dijo ella, “estamos tratando de
comunicarnos”.

“me tengo que ir”, dije yo y
colgué y luego
descolgué el teléfono.

me quedé mirándolo.
lo que ellas no entendían era que,
a veces, no hay nada que
agregar
a una vindicación personal de un
punto de vista personal
y que era eso lo que iba a provocar
esa luz cegadora
alguno de estos días.

out of the blue, de charles bukowski.
Traducido por Paulo Manterola.

* La pintura pertenece a Pat Lipsky y se titula Blue, grey not touching.




elogio de una dama y su infierno

algunos perros, que duermen por la noche,
deben soñar con huesos;
y yo recuerdo tus huesos
entre tu carne
y, mejor aún,
en ese vestido verde
y esos zapatos negros de
taco alto.
siempre insultabas cuando
tomabas,
tu pelo resbalaba por tu oreja, querías
arrancar de vos
todo aquello que te perseguía:
recuerdos podridos de un
pasado
podrido, y
finalmente lo
lograste:
al morir.
dejándome en un
presente
podrido:
hace veintiocho años
que estás muerta
y todavía te recuerdo
mejor que a
cualquiera de las otras;
fuiste la única
que entendía
la futilidad de este
arreglo con
la vida;
las demás solamente estaban
disconformes con
algunas cuestiones triviales,
criticaban
absurdamente los
sinsentidos.
Jane, te
asesinaron por saber
demasiado.
Tomo este trago
por tus huesos, con
los que
este perro
sueña
todavía.

eulogy to a hell of a dame (charles bukowski)
Traducción: Paulo Manterola.




















Perro semihundido o, más simplemente, El perro, es una de las Pinturas negras que formaron parte de la decoración de los muros de la casa que Francisco de Goya adquirió en 1819.
En su estado actual, el cuadro, muy austero, solo presenta la cabeza de un perro escondida o hundida sobre un plano inclinado de ocre oscuro y un espacio vertical en ocre más claro, todo ello exento de cualquier otra figura. La mirada de la cabeza del perro se dirige hacia arriba, y podría representar la soledad.
En reproducciones fotográficas realizadas por J. Laurent, entre los años 1863 y 1874, antes de ser arrancada la pintura de los muros de la Quinta del Sordo, podría apreciarse un paisaje de fondo formado por una gran roca y unos supuestos pájaros a los que el perro mira. Posteriormente, se pronunciaron diferentes opiniones, incluyendo la de que el perro observa interesado a dos pájaros que vuelan, o que el artista no terminó El perro, pero ninguno es argumento concluyente: ni siquiera podemos asegurar que el animal se esté hundiendo. 
(http://es.wikipedia.org/wiki/Perro_semihundido).

jueves, 21 de agosto de 2014

Dicen que en este lugar...



"Si estás dispuesto a montar la escena; no es de William Blake. Si estás dispuesta a devorar estrellas que sacien tu sed". 
- El camino del exceso, Enrique Bunbury.


Dicen que en este lugar
habitó el hombre alguna vez,
que cayó de la rama donde reposaba,
tiró abajo todos los árboles
y construyó estructuras
para volver a trepar,
y luego hizo caminos para sus pies domesticados
que condujeran a lugares
donde pudiera mitigar su ira, sus vicios,
y dejar afuera sus buenas costumbres aprendidas.
Dicen que, en un momento, miró a las estrellas
y, en ese instante de silencio, contempló la eternidad
y se sintió solo y perdido.
Y como nunca pudo conquistarlas
ni conquistarse a sí mismo,
se arrojó a la conquista de otros
más pequeños,
impotentes.

Fundó sociedades,
civilizaciones,
estratos y jerarquías,
tendencias,
elitismo.
Inventó la historia,
una historia,
para saber a quién someter y a quién someterse.
Es importante.

Dicen que en este lugar habitó el hombre alguna vez,
que pervirtió la naturaleza
y corrompió sus leyes,
que cultivó la tierra, hasta secarla
y aprendió a comer sin manchar sus manos de sangre
más que con la de sus enemigos.
Inventó deidades,
leyendas,
fantasmas
que acabaron persiguiéndolo hasta la locura.
Y les ofreció rituales
y las cabezas de sus pares
para iluminar
con sus ojos muertos
el camino hacia una más placentera nada.
Y luego las propias leyes
de sus dioses imaginarios
lo traicionaron
y los caminos a sus pies se fueron borrando
y la desesperación…
… es la madre de la invención…

Dicen que inventó formidables teorías
para justificar sus atrocidades,
sus omisiones,
su ego, sus pobres voluntades,
pero se dio cuenta,
un día cualquiera,
que estaba hecho de deseo,
y se lo ocultó a sí mismo
porque la comedia era buena
aunque aburría,
y este necesitaba una naturaleza trágica,
demoler laberintos.
De modo que inventó mecanismos,
aparatos, dispositivos,
disfraces,
que lo acercaran a esa ansiedad,
a esa angustia
para luego construir otros que lo liberaran
de la culpa.

Y, antes que todo eso,
debió inventar la palabra y después el pensamiento
y los juegos de poder,
y las intrigas.
Y así pues,
dicen que en este lugar habitó el hombre alguna vez
y es bueno que así ya no sea.
Y si acaso volviera a aparecer,
mejor sería
que nunca baje de su rama.




viernes, 8 de agosto de 2014

a una mujer hecha de oro
































ella me dijo una vez
que ese primer día que salimos la pasó muy mal
y yo nunca se lo creí,
me olvidé,
pero ella
no.
y me dijo, después,
que me quería igual, mientras
caminábamos
y yo también,
le dije está bien, vamos a casa…
… y después
fuimos a casa.

y ella me dijo otra vez
que ese primer año que pasamos no daba para más
y yo nunca se lo creí,
me olvidé,
pero ella
no.
y me dijo, después,
que no esperaba que duremos dos
y eso
yo no lo olvidé
pero le dije está bien, vamos a casa…
… y después
fuimos a casa.

yo le dije que nunca había aprendido
a dormirme
y ella me dijo que también,
pero que la abrazara.
y la única vez que pude quedarme dormido
enroscado en su cintura,
estaba solo cuando desperté
y ella estaba en la sala,
con un libro de bolaño.
con lo que me gustaba
estar en la cama con ella, estar
nada más,
pero ella ya no se hallaba ahí, creo, al menos,
así lo presentí.
y hoy
ya no está.

ella decía a veces
muchas cosas que me lastimaban demasiado
para sentirse más segura
porque sí
aunque, tal vez,
también,
esas cosas que decía
querían decir solamente eso que decía
y eso
yo no lo olvidé
pero le decía está bien, vamos a casa…
… y ya no siempre
íbamos a casa.

ella me dijo otra vez
si yo alguna vez pensaba en cosas terribles
mientras me pellizcaba el brazo.
y le mentí.
ella tampoco, dijo
y mintió.
le pregunté, entonces,
si algo estaba mal entre los dos
y ella
me dijo que se quería ir
y yo le dije está bien, todo va a estar bien…
… y después
ya no fuimos a casa.

yo le dije que le tenía miedo a la muerte
y ella me dijo
que tenía miedo a que la vida
le pase por el costado.
y cuando la tuve por primera vez entre mis brazos,
esa noche, al cerrar los ojos,
ya no le tuve miedo a nada
más que a la muerte,
porque ahí no estaría ella.
porque sus ojos eran
los ojos enamorados más hermosos
que vi en mi vida,
pero estos no eran para mí, creo, al menos,
así lo presentí.
y hoy
tampoco son.

un tiempo después,
le dije que la extrañaba
y ella me dijo
que sí, un poco, también.
y nunca me dijo más nada,
y yo nunca quise preguntar.

estaba hecha de oro, ella
desde sus pestañas hasta su nombre,
su pelo, su sonrisa.
su cadera, sus manos, sus huesos.
pero ella
me decía que era yo
el que estaba hecho de oro, también,
y yo tampoco
se lo creí.

hoy,
entre cada una de mis articulaciones,
entre mis pensamientos,
todo eso es barro
y yo también.
y pienso,
una y otra vez
y se me cierra el pecho
y me siento velado,
y me acuesto, me levanto
y camino por las paredes
de una casa
que ya no se siente como casa.
pienso:
la verdad es que no tengo
mucho para decir
sobre nada.

La pintura se titula El beso, de Gustav Klimt.




Soneto XXXVI

traducciones libres y despreocupadas


Este es el comienzo, con suerte, de una serie de traducciones que no intentan reproducir con fidelidad las palabras de William Shakespeare, si no el ánimo y el vuelo de su retórica, el ritmo, la musicalidad de su lenguaje poético. A fin de evitar ofender a nadie, considero esto menos una traducción que una interpretación de su obra.


Dejame confesarte que ambos somos
diferentes en nuestras diferencias,
aunque es uno el mero amor que nos hemos de profesar:
Así es que estas mugres de tinta que me pueblan,
sin favores de tu parte, 
debo proscribirlas en soledad.

Este nuestro amor a la mitad partido
es uno solo en sentimiento,
aunque a nuestras vidas las separa un abismo de desdén;
el cual, pese a que no soslaya la pasión
y su inigualable efecto,
arrebata tiernas horas de placer.

Tal vez, mejor, mis ojos ya no más te inquieran
para que mi contrita culpa no te avergüence,
ni debas corresponderme amable, guardando las apariencias,

sin que esto tu nombre melle:
¡No lo hagas! Te amo de forma tan lozana
que, si fueras mía,
mía sería 
también tu fama.




Para N.

a la mujer perforada,
a la niña
que se siente lejana
quiero regalarle 
unas palabras;
no como abismos, sino 
como posibilidades
entre los espacios en blanco
que estas trazan.
no quiero darle
guerras como rosas
ni rosas que desfloran
en soledades.
quiero darle mis extremidades,
como sogas,
una sonrisa sincera,
con una frambuesa 
de corazón.
una mirada transparente,
un futuro de nieve,
un pasado de ceniza.
quiero regalarle 
este gesto,
esta caricia
que estos signos enredan, 
a la loba,
a la niña,
para convencerla
de que los cuerpos no sobran,
nada más 
se transforman.

















La pintura pertenece a Gustav Klimt. 
Esta se titula The beethoven frieze: the longing for happiness finds repose in poetry.


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