domingo, 8 de diciembre de 2019

Informe de la adaptación a la Luna (primera parte)

(Traducido del hîc, lengua nativa de los selenitas).


1

En un principio, los viajes a la Tierra se hacían con fines científicos, para investigar los efectos de la “era de la polución”, como nosotros la llamamos, aunque algunos prefieren el término “radiación” para definirla. Cuando se pudieron establecer algunos perímetros depurados de contaminación, así como controlar eficazmente la entrada y salida de las personas y ofrecer diferentes tipos de servicios seguros, también empezaron a venderse viajes como paquetes turísticos. Sin embargo, al día de hoy, lo que queda del planeta es usado como penitenciaria selenita y basurero humano. Por eso cuando me dijeron que, en mi calidad de diplomático y sociólogo, me iban a enviar en una misión de reconocimiento de las nuevas tribus que habían surgido en los últimos años, no me puse nada contento. Podría considerarlo una oportunidad o un desafío. Se dice que los terrestres son cada vez más hostiles en algunas regiones, que algunas tribus han hecho avances sociales y científicos considerables en otras, que es nuestro deber como comunidad para seguir progresando, y para tomar las precauciones debidas dado el caso, y cosas por el estilo. Lo cierto es que, cuando alguien es enviado a la Tierra, molesta en algún otro lado y su regreso, a pesar de lo que prometen, nunca es certero.

2

Así como hoy se hacen viajes a la Tierra para su estudio, hace mucho tiempo, cuando todavía las condiciones para la existencia allí eran aceptables, se hacía lo mismo hacia la Luna. Resulta difícil pensar que, en algún momento, nuestro hogar fue solamente un desierto de polvo, árido y hostil para el ser humano. Desde 2037, según se contaban así los años terrestres, no solo se estudiaba la composición del satélite, sino también se lo intentaba adaptar para hacerlo habitable. Innumerables grupos de hombres y mujeres de la ciencia dedicaron sus vidas a esta labor. Y, entre ellos, estaba mi padre. Él fue uno de los colaboradores del Consejo de Emergencia que se constituyó en el momento del desastre, trece años después de que las expediciones a la Luna ya se hacían periódicamente. La devastación de la Tierra marcó el principio de una nueva era. Desde el cielo selenita, allí arriba, unos pocos privilegiados vieron cómo el planeta celeste se cubría de una espesa nube de polvo, que tardaría varias décadas en disiparse. 
 Comenzó entonces lo que nosotros llamamos la era “poshumana” de la raza. Si bien no fue total la destrucción del planeta, y nos consta que algunos grupos de humanos han sobrevivido y evolucionado, mutado hacia otras formas, con otras costumbres, no tenemos todavía los suficientes datos. Decidimos asignarle ese nombre, el de “poshumana”, porque a lo que habita allí ya no puede llamársele “humano” en términos científicos y nosotros no nos consideramos tampoco parte de esa especie, que es de la que venimos. Según los libros que pudimos rescatar y restaurar de su cultura, hace muchos miles, miles de años, ellos llamaron “prehistórica” a una época similar a la que están viviendo en este momento, al menos en las regiones a las que tuvimos acceso y pudimos estudiar. Esto nos ayuda a reforzar nuestra teoría de que la historia es inevitablemente circular, pero no más que eso: no podemos hacer aseveraciones categóricas sobre tal cuestión. 
Por su cercanía a la Tierra, y por una cuestión de adaptación, tomamos las medidas de división temporal de los antiguos terrestres, de su calendario moderno, con algunas modificaciones, ya que los movimientos de ambos cuerpos son parecidos, pero no idénticos. Los años son más largos allí, pero el término promedio de vida de un selenita es del doble de lo que era el terrestre, según los últimos hallazgos. Esto se debe a que, al tener que fabricar una atmósfera constante y estable para transformar al satélite en un planeta habitable, el Comité de Emergencia decidió hacerlo de manera que esto favoreciera ciertos elementos químicos que emana el sol, a través de los cuales la salud de nuestros órganos, huesos y fibras musculares se prolongó considerablemente.

3

Puedo sentir mis músculos adaptándose a la fuerza gravitacional de la nave, mis células acostumbrarse a las cantidades reguladas de oxígeno.
Nuestra cultura tiene su base en la investigación científica, tanto para perfeccionar nuestro ecosistema como nuestra civilización. Somos una sociedad basada en restricciones, no simplemente de las necesidades humanas, sino también de las conductas, a través de la genética, o de procesos o construcciones culturales.
Tal vez por el respeto que infunde mi apellido, y por mis méritos, me pusieron a cargo de la nave, aunque dos de los tripulantes tienen más experiencia que yo en este campo. Son los “colectores”, como les decimos, la policía forense de los restos del planeta celeste, que vienen como parte de la misión de reconocimiento. Un hombre y una mujer, se conocen de hace tiempo parece. La mujer me recuerda a alguien, pero no estoy seguro; tal vez nos hayamos cruzado alguna vez en alguno de mis estudios. Los otros dos son estudiantes a los que les fueron asignadas las prácticas conmigo. Casi lo único que los cinco tenemos en común es un destino al que ninguno desea llegar. Me molesta demasiado cuando las personas hablan sobre lo que no saben o hacen demostraciones de poder pasivo-agresivas, por lo que mi interacción con todos ellos es la estrictamente necesaria, salvo con la chica quizás: me tiene intrigado averiguar de dónde la conozco. 
Por lo general, el piloto automático de la nave se ocupa de todo y no requiere de mucha atención. Se trata de un artefacto viejo que fue acondicionado para este tipo de viajes, y tiene uno de esos antiguos sistemas de guía, siempre ahí, girando, constantemente, desde las vistas del comedor, de los compartimentos, en todos lados. A veces pienso que en realidad esos rieles están quietos y los que giramos somos nosotros.
Hay otros dos pasajeros, que viajan en el otro extremo de la nave, en unas cámaras aisladas que antes se usaban para almacenamiento. Son “recesivos”, así los llamamos. En realidad, uno de ellos; el otro es su centinela, que es casi decir lo mismo. A veces, se sienta a comer con nosotros, aunque tiene su propio comedor, y muestra un especial interés por la colectora. A mí me inquieta lo mismo o peor que el reo bajo su vigilancia. Cualquiera que tenga un trabajo de ese estilo, está a un paso de haber sido uno más de ellos. Sus genes, los de los recesivos, contienen una falla, como los de los primogénitos, y no logran adaptarse. Esto los hace peligrosos para nuestro orden social. La diplomatura me instó a que acompañara al centinela en su tarea para depositar al recesivo en la prisión de la región de Dinamarca, uno de los pocos lugares habitables que quedan hasta donde sabemos, cerca de nuestro punto de aterrizaje. No me hace ninguna gracia, sin embargo, ninguno de los dos. La presencia de ambos en este viaje me molesta.

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Vivimos en una sociedad prácticamente perfecta, que costó mucho trabajo construir y moderar. Y la única razón por la que no es perfecta es porque sabemos que esa es otra razón por la que surgen los problemas. Por eso, fabricamos también nuestras imperfecciones, para que las comunidades funcionen lo mejor posible. Sin embargo, a veces, algunos individuos que forman parte de nuestra sociedad se tornan en un peligro para sí mismos o para los demás. De hecho, nuestro código legislativo se divide en dos grandes ramas, dependiendo de si la amenaza que representa una persona es interna o externa. Cuando sucede algo así, se abren diferentes debates e interpretaciones. No es una insensatez admitirlo pero, a veces, no tiene que ver con fallas en el sujeto, sino en nuestro sistema.
Durante este último siglo, tal vez por el desgaste de nuestros esfuerzos y organismos, o la falta de actualización de estos, los casos han ido en escalada.
Cuando alguien rompe el equilibrio establecido, no hay contemplaciones. A aquellos que trasgreden las normas, no se los castiga de manera física ni psicológica, no se los multa, no se los corrige: son procesados y exiliados del espacio selenita.
Mi tesis para conseguir la licenciatura como sociólogo tenía algo que ver con esto. Mi propósito era buscar métodos menos brutales e invasivas que la genética para condicionar y moderar la conducta humana, es decir, formas naturales, para orientarla hacia una vida pacífica y satisfactoria sin intervenirla quirúrgicamente. La investigación planteaba algunos cuestionamientos y sentaba nada más que unas pocas bases para seguir posibles direcciones. Me hubiera gustado poder completar ese proyecto antes de que mi padre muriera, pero no pude, nunca tuve el tiempo ni la inteligencia para hacerlo. Lo cierto es que él nunca respetó a la sociología como ciencia, pero le interesaba mi punto de vista. Mi padre era físico, matemático, biólogo, entre otras cosas, y las “seudociencias”, como las llamaba, como la sociología, no tenían mérito alguno. Su comentario sobre mi tesis fue el único elogio o demostración afectiva que recibí de él.

5

El viaje dura alrededor de quinientas veinte horas y ya hemos atravesado casi ciento quince. Sin embargo, las medidas temporales empiezan a hacerse más borrosas a medida que nos adentramos más en el vacío. Pierdo noción de las cosas que hago, o de los lapsos que separan unas de otras. Por momentos me encuentro en mi recámara, pensando que tengo hambre, y de un momento a otro ya estoy comiendo, y no sé cuánto tiempo pudo pasar entre una cosa y otra. Por otro lado, a veces, encuentro mis pertenencias fuera de su lugar, y no recuerdo haberlas usado. Es posible, no obstante, que se deba al aislamiento. Escucho por momentos ruidos detrás de mí, y no hay nadie. Los estudiantes también muestran algunos signos de malestar, más que nada físico, aunque es probable que eso tenga que ver con un condicionamiento de su propio sistema neurológico. Los colectores, que ya están acostumbrados, hacen las veces de enfermeros o alienistas. Comencé a tener una especie de relación médico-paciente con la chica un poco neurótica. No sé cómo llegué a eso. Como un ejercicio mental, un pasatiempo, pienso en las conclusiones que nunca pude desarrollar en mi tesis, antes que ponerme a escribir tonteras y mirar la nada pero, la mayor parte del tiempo, me cuesta concentrarme para escribir. Si bien las atrofias musculares, los deterioros en la médula ósea y la psoriasis son asuntos que pudieron solucionarse, todavía la sangre se espesa y el sistema inmunológico enloquece. 

6

A diferencia de mis padres, que fueron naturalizados selenitas ya en su edad adulta, nací y me crié en la Luna. No los conozco. Mi madre murió durante el parto y mi padre le sobrevivió varias décadas más, pero su tiempo era escaso y sus obligaciones muchas. Nuestro sistema educativo es individual y constante, con actividades recreativas grupales también. Vivimos con nuestros formadores durante ese tiempo, y nuestros padres nos visitan periódicamente. El Comité de Emergencia fue perfeccionando este sistema durante las primeras décadas de adaptación. Determinaron que muchas “familias”, como se las conocía en la Tierra, resultaban disfuncionales y no ayudaban al correcto desarrollo del ser humano. Las relaciones con los padres mejoran cuando son más acotadas y le otorgan un mayor bienestar emocional a la criatura en su etapa de desarrollo. Durante los primeros seis años de vida, se nos somete a diferentes evaluaciones médicas y psicológicas para determinar el tipo de educación que se nos dará y quién será el instructor a cargo de ella. No es un proceso estático, pero sí riguroso. Los cambios de instructor pueden llegar a ser muy traumáticos ya que, eventualmente, pasamos más tiempo con ellos que con nuestros propios padres. Los instructores se hacen cargo de su estudiante a tiempo completo, se crea un lazo muy fuerte entre ellos. Mi instructora fue una excepcional maestra de las ciencias y las artes. Sin embargo, mi padre me enseñó algunas otras cosas, muchas relacionadas a la Tierra. 
Los instructores son personas capacitadas en una cantidad de áreas innumerable; lleva décadas obtener ese título, y es una de las carreras más respetadas, junto con las de las diferentes ramas de la ciencia; también, es una de las más vigiladas y monitoreadas. En la educación que se nos brinda, si bien es extremadamente personalizada y solitaria, y se va ajustando a las diferentes necesidades según los cambios que atravesamos, las actividades recreacionales también son de extrema importancia: los juegos en grupo y de desarrollo del pensamiento creativo y estratégico brindan cierto equilibrio.
Uno de mis mejores amigos se dedicó a la historia y lo conocí durante un juego de “quemados”. Otra amiga, y mi primera novia, es oceanógrafa. Su nombre es bastante reconocido en la comunidad. Esta materia es un asunto importante en nuestro hogar que, en sus inicios, no contaba con océanos ni mares, lo cual era uno de los principales problemas por solucionar para nuestra adaptación. La posibilidad de que estos vuelvan a secarse, como lo hicieron ya hace millones de años, es siempre una amenaza. 

7

Hoy murieron los dos estudiantes. Aquí, todo sabe a metal, el café, la comida, las superficies, la cama, el aire, la muerte, la angustia, todo. Aunque tengo algunos conocimientos de medicina, no tengo los medios ni la pericia para realizarles una autopsia, y no es posible determinar a simple vista qué fue lo que les sucedió. Debió ser alguna especie de reacción alérgica. Pareciera como si los tejidos de sus venas y arterias hubieran perdido la elasticidad. Se les habían formado hematomas en varias partes de su cuerpo. Probablemente, murieron desangrados por dentro. Por otro lado, había signos de encefalitis. Esa es una hipótesis que suena bastante lógica ya que los síntomas se manifiestan de manera muy leve y, a su vez, implicaría que no se infectaron durante el viaje. Esto tranquilizó un poco al resto de la tripulación, aunque no es completamente cierto. 
Si se tratara de algún virus o bacteria, o fuera alguna enfermedad contagiosa, no tardará en afectarnos, por lo que sugerí tomar algunas precauciones. Los colectores no pusieron muchas objeciones: están acostumbrados a este tipo de cosas, pero el centinela tuvo un ataque de histeria. Son personas con emociones bajas y razonamientos muy mediocres. La colectora intentó calmarlo, para el bien de todos, pero me molestó. No merece nuestra comprensión, esas acciones no merecen ser recompensadas. 
Suponiendo que es acertada mi hipótesis, como se trataría de una bacteria que se propaga a través del torrente sanguíneo, nos hicimos un drenaje. Antes preparamos unos cultivos para analizarlos, por lo que en dos o tres días podremos saber si nosotros mismos tenemos alguna infección latente o no. Después tuvimos que esterilizar todas las zonas comunes y deshacernos de posibles focos de propagación, como sus pertenencias y, por supuesto, sus cuerpos. Incluso en un estado de criogenia, configurarían un riesgo. El centinela insistió en incinerarlos en la sala de motores, pero me negué rotundamente. Hubiera sido una estupidez comprometer el funcionamiento de la nave nada más que para evocar, si acaso es posible habiendo muerto en el espacio, los ritos funerarios. La idea de la muerte adquiere otra trascendencia al ver flotar un cuerpo en la nada.

8

Algo que mi educadora siempre quiso inculcarme fue la idea de que todo ser humano, para vivir en paz, siempre necesita “algo que esperar, algo que hacer y algo que amar”. Aparentemente había tomado este concepto de un antiguo escritor terrestre de la lengua inglesa, lengua que después del desastre se considera muerta. La colectora también conoce esta lengua primitiva; estuvimos hablando por horas hasta hace unos momentos. No lo planeé. Me senté a su lado y el tiempo pasó. Me habló de un poeta y de uno de sus poemas preferidos: no habrá paz, me lo recitó. Sí, no habrá paz, y las noches sin luna son las que tenemos aquí arriba; aborrecer nuestra propia naturaleza.
Le comenté que pensaba que la esperanza hace más nobles las acciones humanas, que el perseguir un objetivo refina los pensamientos, que el sentirse útil calma el espíritu. Ella me dijo que la perversión, la soberbia y la avaricia son inherentes a la psiquis humana, en mayor o menor medida. Y estoy de acuerdo, pero las sociedades pueden configurarse de manera que ese tipo de determinaciones puedan sublimarse, disponer las interacciones sociales para el mutuo beneficio y la retroalimentación de las sensaciones de eficiencia y la voluntad de superación, tal vez mientras siempre haya alguien que haga las cosas mejor que uno, y siempre alguien que las haga peor. Es inevitable vivir en contradicción: el caos es tan necesario como el orden. Abrazar ese caos sería valioso. 
Estas ideas vuelven una y otra vez en mi cabeza, como en el poema. Tal vez sean la respuesta para poder desarrollar el método que sugiero en mi tesis. 
Los resultados de los cultivos alivianaron nuestros ánimos.

9

Los primeros habitantes de la Luna, aquellos que dieron inicio a su colonización y acondicionamiento, construyeron estructuras similares a las que había en el planeta celeste, pero con un concepto claro de sustentabilidad que los terrestres nunca terminaron de adquirir. Llegaron así a un punto de no retorno en cuanto a la relación con su ecosistema. Sus primeras construcciones, de hace más de tres mil años, eran defectuosas e insalubres, ya que sus conocimientos sobre las diferentes ciencias que intervienen en la habitabilidad les eran desconocidos. Esto significó, con el paso de los siglos, reedificar y rediseñar, pero sobre estructuras que ya eran deficientes, y no resultó bien.
Durante el acondicionamiento de la atmósfera, para hacerla favorable, no solo a nuestra supervivencia, sino a la de los demás seres vivos que nos ayudan a sostenerla, se supo que esta tenía una buena cantidad de potasio y sodio, cuando en la Tierra es nula. Esta es una de las razones por las que las conexiones neuronales de los selenitas logran mantenerse saludables durante más tiempo y se reproducen con más facilidad que las de los terrestres. Asimismo, pudimos comprobar que esta condición también disminuye los impulsos violentos y autodestructivos que caracterizan a la raza humana. 
Sobre esto último, también influye nuestra alimentación. Los terrestres eran cazadores, comían carne y derivados de los animales, lo que elevaba la producción de testosterona en sus organismos y los hacía más agresivos e impulsivos. Por esta razón, el Consejo de Emergencia decidió que los animales que se criaran en la Luna tendrían el único fin de mantener un ecosistema equilibrado. Nuestro sustento, en el suelo selenita, es vegetal o, como solían decir los terrestres, somos herbívoros.
Otro elemento importante para la adaptación de la Luna fue el selenio, que es de donde tomamos nuestro gentilicio, también por el nombre “selena”, antigua representación humana de la Luna dentro de la cultura terrestre. Este elemento se encuentra en todas partes, en nuestro organismo, en la tierra, en los alimentos, todo.
Aunque quisiéramos intentarlo, la vida en la Tierra es prácticamente imposible. Las personas que están a cargo de las bases científicas o de las prisiones que tenemos allí, deben cuidarse mucho. En principio, por la radiación. A pesar de los numerosos estudios realizados, todavía no pudimos delimitar las regiones que ya no presentan peligro o que no registan contaminación. Después, por el canibalismo. Sabemos que algunas etnias que sobrevivieron al desastre, empezaron a practicarlo. Y, además, por la falta de potasio y sodio en su atmósfera. Una exposición prolongada a la atmósfera terrestre, sin las precauciones necesarias, debilitaría las facultades mentales y provocaría demencia o alucinaciones.
Si bien los selenitas no negamos la historia terrestre de la raza humana –y, de hecho, parte de nuestra sociedad científica se dedica a investigarla–, somos muy criteriosos en lo que refiere a su trascendencia. Aún no tenemos en claro los efectos sociales que la divulgación de esta información podría provocar en nuestra cultura.















Fábrica a la luz de la Luna (1898),
de Maximilien Luce





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