jueves, 20 de septiembre de 2018

El blanco no es un color


Definitiva como un mármol
Entristecerá tu ausencia otras tardes.
Jorge Luis Borges



Hay mugre en los pasillos. Los pies encuentran el camino. La cerámica tiesa, restos de cosas, polvo. Las flores de papel sobre las paredes están rotas, marchitas por la humedad. No llega el claro del día a esta parte. Mis nervios siguen dormidos, ligeros. No puedo acordarme de nada. No estás. ¿Dónde dormiste anoche entonces? Platos, vidrios, ropa, todo desparramado por los pisos, bolsos a medio hacer, o a medio empezar. Hojas muertas y tierra hasta la sala. La luz del ventanal me atraviesa, todos los espacios atraviesa, los vuelve etéreos, las partículas de polvo bailan en el aire. ¿Dónde habrás ido? El letargo se confunde con el aturdimiento. Un andar lento, extrañado, inestable. Tengo la convicción de ya haber vivido este momento. Los ojos no logran hacer foco. No puedo tragar. Como si tuviera la garganta desgarrada en mil pedazos; los sonidos se incrustan como astillas, no salen. ¿Dónde estás? ¿Escuchás mis pasos, entre las hojas y los vidrios? El piano está intacto, en el mismo rincón de siempre. Una leve lámina de polvo lo recubre. La madera está fría; las teclas, perezosas. ¿Me escucharías romper el piano? Intenté hacerlo ayer, me acuerdo ahora. Estuviste tocando anoche, discutimos. ¿Qué hiciste? Quisiera escuchar tu voz. No necesitaría ver ni hacer nada si pudiera escuchar tu voz. Sentirte respirar cuando despierto, ese regalo que me hacés todos los días, cada bocanada de aire que hay en tus pulmones, como si fuera nada. Pero ¿qué hiciste? ¿Por qué? No puedo dejar de pensar en eso. Si pudiera decir algo. Me desangraría desde la garganta si pudiera acaso. ¿Quién te convenció de qué? Tu mamá tuvo algo que ver, seguro. Me detesta. Todos acá me detestan, me toman por idiota. Este lugar, con sus mezquindades y costumbres del siglo pasado, este pueblo blanco, como el del catalán. ¿Cuántas veces te dije que no viniéramos, que no había nada que hacer acá? A esta tierra estéril, con caminos de piedra, cerros y hondonadas. No hay más. Lo único que crece acá es el cementerio. No quisiste escuchar, y yo cedí, por amor. Era eso, ¿no? Siempre todo tiene que ser como vos querés. Me das la razón nada más que cuando me querés pelear. ¿Dónde te metiste? ¿Fuiste a verla a mamá? ¿Le dijiste que estaba deprimido? ¿Con quién estás? Desde afuera, se escucha un tumulto que va creciendo. Las campanas suenan desde lo alto de la capilla. Me parten los oídos. Parece que sonaran desde dentro de mi pecho. Desde la ventana de la cocina, se ve mucha gente en las calles. Pasó algo. Todos pasan en procesión. ¿Te mataste? ¿O quién murió? No se ven tristes ni enojados, ni nada, sus movimientos parecen impostados. De a ratos, levantan la mirada. Les preocupan más los ojos que tengan encima que por dónde caminan. Si su dios los viera, los mandaría a quemar vivos. Se me parten los dientes tratando de articular una palabra. Quiero gritarles. Los sigo, los empujo. Nada. Ni me miran. ¿Te maté yo? Puedo escuchar sus pensamientos. Piensan en mí, cosas horribles. Por qué tengo todas esas cosas horribles adentro de mi cabeza. Pasó algo. Desde las diferentes calles, de a poco, todos llegan a la capilla, algunos se saludan. Está tu mamá, la mía también. Estás muerta. Eso es lo que pasa. Discutimos mucho anoche, me acuerdo ahora. ¿Se lo contaste a alguien? ¿Por eso nadie me mira? Yo quería que habláramos. Estabas borracha y empezamos a pelear. Pero me acosté tranquilo, nos acostamos juntos. Siempre pensé que te tenía que decir las cosas como las sentía, y algo siempre se ponía en el medio. Después, pasó la noche del bar. Yo estaba ahí, tranquilo, ni siquiera estaba tomando, y esa pelirroja no me sacaba los ojos de encima, y me buscaba, y a mí ni siquiera me gustan las pelirrojas. Ese día habíamos peleado también. Tu amigo me vio, me vieron todos en el bar. Vos siempre fuiste más discreta, y la mitad de toda esta gente se ríe discretamente de mí, o me tratan como a un pobre tipo. Ahora me tienen asco y odio, puedo escucharlos. Y vos, ¿dónde estás? Dormís. Nunca más tu respiración, tu voz, tu mirada. Mientras más trato de abrazar otra vez esa sensación de tenerte cerca, más siento que te pierdo. ¿Aguantará tu alma el peso de esa piedra que tenés como corazón? La gente empieza a amontonarse frente a la puerta de la capilla, nadie quiere dar el primer paso. No tengo nada que hacer acá. Mi amor descansa, mi pena también. Qué diría ese zorro ladino y condescendiente del cura si me viera entrar. Qué va a decir mi familia. ¿Me van a acusar a mí también? Mi hermana, que está lejos, ella te va a echar la culpa a vos, claro, va a decir que te suicidaste. Me conoce mejor que nadie. Y yo todavía no puedo entender bien qué pasó. Y todas las mascotas de mi hermana, me da celos todo lo que la quieren. Es tan fácil ser una mascota, es tan simple ese tipo de amor. Ya está. Llego al río, pasando el barranco. Los pies se arrastran hacia la parte honda. No se siente el agua a mi alrededor. Los dedos no pueden surcarla, ni se escurre entre ellos. Los pulmones no se mojan. No pasa nada. Me desespera más que si me estuviera ahogando. Tuve esa misma sensación anoche, me acuerdo ahora, después de acostarnos. Me diste de comer, te acostaste conmigo y soñé que me moría. Me desperté a mitad de la noche, asustado. No estabas en la cama. ¿Qué hiciste? ¿Qué me hiciste? Fuiste vos, entonces, la que me mató a mí. ¿Soy yo el que está muerto? Pero puedo tocarme, sentirme. ¿Cómo puede ser? Lo que siento en la garganta es el veneno. Nada más que confiando tomamos el veneno con cuchara. Vuelvo a entrar a la casa. Estás ahí, volviste, no estás en la capilla, te sentías demasiado triste, dijiste. Te veo sentada en el sillón de la sala, demasiado cómoda como para estar castigándote. Quiero gritarte, empujarte. No puedo hacer nada de eso. Es inútil. Te sobresaltás, de repente, mirás para todos lados, te ponés a llorar, como si me presintieras. Cuando me escuchaste gritar ayer, subiste, me calmaste, pusiste algo en mis manos, una carta, sí. La escribiste mientras esperabas que hiciera efecto el veneno. Y ya está. Después, te fuiste sin que nadie te viera. Me dejaste durmiendo, con la carta en la mano. Ahí la veo, en la cama. De alguna manera, creo que sé lo que dice, pero la leo. Decís que no podés más, que te fuiste. Los ojos se cansan, las letras se desfiguran. No puedo seguir. Todos van a pensar que me suicidé. Por supuesto, quién podría dudar de vos. Ya no puedo acordarme más. Estoy cansado. Tal vez sea para mejor. Ser una víctima antes que un idiota. Me voy a volver loco hablándome a mí mismo, si pudiera acaso. Me pierdo. ¿Dónde estás? Hay mugre en los pasillos. Los pies encuentran el camino. La cerámica tiesa, restos de cosas, polvo. Las flores de papel sobre las paredes están rotas, marchitas por la humedad. No llega el claro del día a esta parte. Los nervios siguen dormidos, ligeros. No puedo acordarme de nada. No estás…


* Este cuento, escrito por mí, toma algunas frases de diferentes canciones de la banda White Stripes, escritas por su guitarrista y cantante, Jack White. A través de estas frases sueltas (que fueron traducidas por mí y reformuladas dentro del cuento), imaginé una historia, una historia en la que su temática y su clima se funden con las temáticas y los climas que tiende a crear este músico, símbolo de la cultura estadounidense actual. Por esta razón, la imagen es de uno de sus discos también.


También te puede interesar: La verdad no hace un sonido, Microrrelato 1: La morbosidad de transcurrir, Robar no es hurtar, Los árboles torcidos, Elvira, Interrupciones