domingo, 20 de marzo de 2016

Ratas

Los cristales reflectaron sobre su piel una luz blanca intermitente. Despertó. Había una intensa necesidad en él de descifrar todos aquellos esos arquetipos espejados, todas esas transparencias. No importaba el sendero que tomara; en cada bifurcación, una y otra vez, su rostro se lanzaba contra sí mismo. Un golpe seco a su temeraria intuición. Deseaba ser otro, sentirse otro. Por otro lado, ella estaba aburrida, quería ser alguien diferente cada día; le hubiera gustado conocer tantas otras cosas más allá de esa transparente monotonía. Le hubiera gustado saber lo que era el cariño, pero eso no estaba en ella. Él vio en sus ojos algo único, la manifestación de todos los misterios de su pequeño universo blanco, la fractura del círculo… Ella vio en él un objetivo, el fin, la oportunidad de transformarse, de mutar. Él no pudo ser más que constante; se sentía raro a su alrededor, como si fuera parte de una broma cruel. Ella le dio todo lo que tenía para ofrecer, para tomar más. Él se dejó consumir por ese momento. Ella se separó de él y lo observó morir. Después, se despegó de su cuerpo inerte y siguió recorriendo aquel laberinto de espejos y bifurcaciones.*

Dos ratas. Vincent Van Gogh.

* Antechinus de cola negra es una especie de marsupial (parecida a los roedores) de pelo anaranjado, cola larga y negra, como sus extremidades. Los machos viven menos de un año. En la competencia por transmitir sus genes, realizan intensas y maratónicas sesiones de apareamiento que duran entre doce y catorce horas; a los once meses de vida, afrontan su fatal destino después de tener sexo.




Los sueños dirigidos (decálogo)


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Aun teniendo en cuenta que la tarea de desarrollar una “conciencia” sobre nuestros procesos inconscientes es por demás ardua y difícilmente manejable o controlable, intentaremos imaginar una suerte de ejercicios y consejos prácticos para que, quienes así lo desean, aunque no sea posible tener un dominio pleno sobre estos procesos, puedan sacarle el mayor provecho. Las recomendaciones que siguen a continuación, que pueden entenderse también como un juego, apuntan a la idea de que aquellos pensamientos creativos que tenemos, aquellos que son realmente significativos, no caducan en nuestra alma; de hecho, persisten e, indudablemente, con el tiempo, se nos manifiestan de forma directa, depurados en una creación estética trascendental sobre los verdaderos deseos que cautivan nuestras pasiones.

Unos nueves consejos y ejercicios prácticos


1. Piense creativamente, no anote nada; 2. Cuando sienta la necesidad de sentarse a escribir un texto, retrásela; 3. Después escriba, pierda lo que escribió, y rescríbalo. Al momento en que una idea irrumpe en nuestro consciente, solemos considerar que podría ser una genialidad; con el tiempo, nos damos cuenta de que no lo es tanto. Se dice que mientras más apurados estemos, más obstáculos encontraremos. Nuestro cerebro tiene variados tipos de memoria que son útiles para diferentes aspectos de nuestra vida. Cada pensamiento que nos atraviesa se impregna en algún lugar de este, aunque sea de forma indirecta. Nuestro inconsciente, por sí mismo, depura todos estos estímulos y abstracciones de modo que, en cierta instancia, se nos revela de forma directa solamente lo que resulta creativamente útil, por así decirlo.

4. Duerma mal y en lugares inesperados; de vez en cuando, duerma bien. O viceversa. Situarnos a nosotros mismos frente a situaciones extremas, nos obliga a tener reacciones extremas, reacciones que no tendrían cauce en nuestro comportamiento ordinario. El descanso es una parte importante en la vida del ser humano; sin este, tal vez sintamos que nuestras neuronas empiezan a resquebrajarse una por una. A través de los surcos que se van abriendo entre estas hendiduras pueden surgir nuestras emociones más violentas e innegablemente legítimas, así como nuestras reflexiones más prodigiosas y nuestros pensamientos creativos más perturbadores; quizás, sean también estos los más deslumbrantes de todos.

5. Invéntese símbolos sin pensar demasiado en su significado, dibújelos. Muchas de las ideas creativas que se nos presentan de manera gráfica: una figura, combinaciones geométricas o conjuntos de imágenes, nos permiten percibir o desarrollar una síntesis de pensamientos y reflexiones desde una perspectiva inmensamente más colmada y más amplia que las palabras. Carl Gustav Jung dijo que los símbolos son representaciones del alma humana expresados en forma de mito.

6. Juegue con las palabras, rímelas; haga asociaciones libres. Las convenciones establecidas por las que se rige nuestro comportamiento social confinan nuestros impulsos más primitivos a un estado represivo; las zonas de nuestro cerebro más desorganizadas e innatas (el ello) son también las más profundas. Mediante el juego nos damos entonces esa posibilidad de recobrarlas.

7. Estudie otras lenguas: hable y escriba en esas lenguas aunque no sepa cómo. Al expresarnos en un idioma que todavía no logramos comprender completamente —sus reglas, los significados de las palabras y sus similitudes o contradicciones con nuestro propio idioma—, nos atrevemos a expresar y a confesarnos aquellas cosas que, de otro modo, no sabríamos cómo hacerlas conscientes en nuestra lengua originaria.

8. Escriba lo que recuerde de sus sueños, siempre. Como lo hemos expresado a lo largo de todo este trabajo, los sueños son fuente reveladora de todo tipo de transfiguraciones, imágenes visuales, símbolos y pasiones ocultas.

9. Procure dispersar su memoria lo más que pueda; dispérsese usted también. El juego es también una parte importante en la vida del ser humano. Nos proporciona los estímulos y la curiosidad que sostienen la vida.

10. Dicen que es mala suerte terminar en número impar.




Los sueños dirigidos (ensayo) (primera parte)

Lo que se encuentra detrás de lo que hay detrás


Podríamos decir que detrás de toda etapa consciente de estructuración de una obra, se encuentran nuestros procesos inconscientes: antes, durante y aun después. Tanto la psicología como la filosofía moderna han intentado teorizar sobre estos procesos. Sigmund Freud ha dedicado a este tema unos cuantos ensayos, todos compilados en el libro Psicoanálisis del arte (2008). Por su parte, Georges Bataille también ha hecho sus reflexiones. Ambos comparten más de una hipótesis o proposición en común, como la sublimación y las similitudes entre el arte y los sueños. Sin embargo, lo más destacable es que ambos asemejan la perspectiva o la visión del mundo del artista con la de un niño; y sus producciones, con el juego. Según Freud: “Lo opuesto al juego no es la seriedad, sino la realidad efectiva”.  Hay en este postulado un indicio de lo que es la sublimación: el fantaseo del niño, la negación de una realidad, el libre albedrío del ello. Bataille expresa que, una vez que llegamos a la adultez, se nos impone un mundo que debemos aceptar como natural. Una vez inmersos en esta farsa a la que entramos por nuestra propia voluntad, algunos pocos se sienten aún víctimas de una trampa y no dejan de desconfiar: “Como chicos buscando las hendiduras de una cerca, intentan mirar a través de las fallas de ese mundo”. Esto, asimismo, recuerda al concepto de sueños diurnos de Freud: “Cuando el adulto cesa de jugar, solo resigna el apuntalamiento en objetos reales; en vez de jugar, ahora fantasea. Construye castillos en el aire, crea lo que llamamos los sueños diurnos”.

Interrupción


“Todo comienza por una interrupción”.  Y de hecho, la escritura, como cualquier otra forma de arte, así lo hace. La figura del escritor es similar a la de un cazador. Esta tal vez sea una analogía posible. Es decir, se escribe para intentar capturar instantes, emociones, pensamientos que conmueven nuestras vidas, que se impregnan en nuestro ser y que dejan una huella en nuestra sensibilidad y en nuestra forma de apreciar el mundo: algo en nuestra existencia nos atraviesa abruptamente, y nos urge intentar adivinarlo. También se dice que los escritores escriben porque quieren comprender el mundo que los rodea, porque quieren comprenderse a sí mismos: “Si el mundo fuera claro, el arte no existiría”. Las citas proliferan. Sin embargo, todas convergen en un postulado: el arte es una necesidad imperiosa para el artista, es un proceso que nunca acaba. Algunos incluso aseguran que es sufrimiento, que se escribe “para terminar de escribir”,  aunque esto resulte ilusorio, ya que nunca terminamos: el arte es una fe, una creencia que ayuda a sostener la vida. En una oportunidad, el escritor norteamericano Paul Auster hizo una excelente reflexión que sirve a nuestros fines: “Alguien se convierte en artista, particularmente en escritor, porque no está del todo integrado. Algo está mal entre nosotros, sufrimos por algo, es como si el mundo no fuera suficiente, entonces sentís que tenés que crear cosas e incorporarlas al mundo. Una persona saludable estaría contenta con tomar la vida como viene y disfrutar la belleza de estar vivo. No se tiene que preocupar por crear nada. Otros, como yo, estamos atormentados, tenemos una enfermedad, y la única manera de soportarla es haciendo arte". La inconformidad ante lo fugaz, lo efímero, lo injusto, lo despiadado, lo horroroso es la interrupción que da forma a las letras de un escritor. Este necesita hacer ese desplazamiento, sublimar sus deseos, sus ansiedades y sus frustraciones. Al fin y al cabo, como lo explica la psicología, el ser humano guarda en cada una de sus acciones ese deseo inconsciente de retornar a su infancia, esa fantasía donde el mundo todavía no lo había decepcionado, donde todo era siempre posible. Así también lo expresó el célebre pintor Pablo Ruiz Picasso al referirse a que, perfeccionándose a través de años, había logrado pintar como los pintores del Renacimiento, pero pintar como los niños le había llevado toda una vida de aprendizaje.

Crucifixión. Pablo Picasso.

Arquitectura de los castillos en el aire del arte


Ahora bien, cabe hacer un breve comentario sobre lo que algunos grandes autores y teóricos han sabido reflexionar sobre la relación entre los sueños, el inconsciente y la literatura misma. Como suele hacerse notar también a lo largo de su obra, Jorge Luis Borges dijo alguna vez que la literatura no es otra cosa que un sueño dirigido. Freud, de la misma forma, manifestó que la obra de arte tiene el mismo origen que los sueños. Es decir, tanto el arte como los sueños son manifestaciones de un deseo inconsciente y son creados a través de los mismos mecanismos. Podríamos señalar entonces que la literatura se construye sobre la misma base que la de los sueños: la mirada interior, lo simbólico, la tragedia del yo frente a la represión y frente al deseo, la magia o la ilusión de liberación del ello, lo pulsional. Todo esto aparece siempre entre líneas, entre los espacios en blanco que dibujan las letras. La admiración o embelesamiento que sentimos por una obra de arte, no implica que tengamos una absoluta comprensión de esta ni de lo que representa. Los significados devienen en interpretaciones, a las que cada lector, cada soñador les concede un sentido y una coherencia propios. La atención del lector a una obra literaria en particular se origina en la intención de una abstracción, un aislamiento que le provoque una reacción estética, apartándolo de una realidad particular regida por convenciones; es decir, se sitúa frente a esta como frente a una alucinación voluntaria que vive en su propia piel y que desborda sus sentidos. Aquello que tan poderosamente nos impresiona no puede ser otra cosa más que la intención del artista en cuanto él mismo ha logrado expresarla en la obra y hacérnosla aprehensible. Solemos creer que somos nosotros quienes inventamos, construimos relatos. En realidad, sucede todo lo contrario. A través de los relatos, lo que hacemos es inventarnos a nosotros mismos, construirnos a medida que contamos una historia. La vida misma, la historia de la humanidad es un relato, y también un sueño, podría decirse, plagada de simbolismos. El arte perdurable, por calificarlo de alguna manera, es aquel que precisamente aborda estas ficciones cargadas de figuras, representaciones, sospechas perceptivas; gira en torno a ellas, las hace y las deshace y las vuelve a hacer según la emoción que domine nuestro espíritu creativo. Es allí donde se encuentran los temas universales, absolutos, arquetipos que son indistintos a cualquier sociedad y a cualquier momento histórico. Por esto es que cautivan. “Quien conoce estos procesos psíquicos —dijo el psicólogo y ensayista Carl Gustav Jung—, sabe con qué subterfugios y maniobras de autoengaño se hace a un lado aquello que no conviene”. Al caer por debajo del umbral de la conciencia, estas cuestiones que nos desbordan desde los principios de nuestros tiempos, que se refieren a los grandes interrogantes de la sensibilidad humana, siguen viviendo en forma latente. Las desplazamos entonces, a través de la sublimación, el juego, el fantaseo, a nuestros procesos creativos y artísticos. La literatura, los relatos que inventamos (o nos inventan) hacen ver, muestran; sin embargo, no dicen. No se puede extraer de estos una conclusión única y reveladora; pero llaman a la interpretación, que sí resulta reveladora para nosotros mismos.

Volverse otro para encontrarse a uno mismo


El arte nos otorga la posibilidad de exteriorizar, a través de las creaciones propias, nuestros más secretos sentimientos y estados anímicos. Algunos de estos muchas veces son ignorados hasta por nosotros mismos. Las fábulas, las ilusiones, el fantaseo del arte son distorsiones de nuestro mecanismo psíquico que pueden llegar a conmovernos o conmover a otros, sin saber realmente por qué. El filósofo y ensayista Georges Bataille describe que el espíritu de lo poético, de la literatura se concibe con la idea de un cambio incesante, para así evitar la muerte: volverse otro y no permanecer idéntico a sí mismo. Es decir, el ser del arte es esa condición de cambiar. Desde este punto de vista, podríamos considerar a la literatura como un juego de roles que, en un principio, satisface y exalta a quien escribe; luego, dependerá del talento y de la habilidad del escritor que este goce pueda ser transmitido más allá de sí mismo, a los eventuales lectores. Asimismo, podríamos decir que nuestros procesos creativos son transfiguraciones de lo que, día a día, a lo largo de nuestra vida, nos acontece, nos preocupa o nos estimula: aquello que provoca y conmueve nuestro espíritu. De algún modo, entonces, el arte tiene la intención de hacer “transparente” el mundo, nuestro mundo; mundo en el que habitan tanto nuestros deseos como nuestros miedos. Pero esta tarea es solamente posible a través del propio lenguaje. Nuestros pensamientos, mediante símbolos, expresan expectaciones, propósitos o reflexiones; dichos símbolos nos resultan reconocibles muchas veces, en cierta medida, mientras que muchas otras veces, no. El significado de las alteraciones de los sentimientos y estados anímicos de nuestro espíritu, en ocasiones, permanece oculto hasta para nosotros mismos. Freud, llama a estos procesos sublimación. Sucede cuando soñamos, cuando fantaseamos, y sucede también cuando nos expresamos artísticamente. A través de nuestros personajes y de los escenarios en los que los ubicamos, damos cuenta de aquello que profundamente nos inquieta: nuestras ansias, nuestros deseos, lo que nos sorprende, o lo que nos perturba de los otros, de nosotros mismos. Todo esto se pone así en juego y es, efectivamente, un juego. En otras palabras, estas representaciones de nuestro inconsciente, nuestros procesos creativos en sí mismos, son una suerte de continuación o sustitución de nuestros juegos infantiles, fantasías provocadas por emociones intensas y reales, deseos propios que se pueden ver realizados en la obra de arte misma: “El poeta atempera el carácter del sueño diurno egoísta mediante variaciones y encubrimientos, y nos soborna por medio de una ganancia de placer puramente formal, es decir, estética, que él nos brinda en la figuración de sus fantasías. A esa ganancia de placer que se nos ofrece para posibilitar con ella el desprendimiento de un placer mayor, proveniente de fuentes psíquicas situadas a mayor profundidad, la llamamos prima de incentivación o placer previo. Todo placer estético que el poeta nos procura conlleva el carácter de ese placer previo, y que el goce genuino de la obra poética proviene de la liberación de tensiones en el interior de nuestra alma. Acaso contribuya en no menor medida a este resultado que el poeta nos habilite para gozar, sin remordimiento ni vergüenza algunos, de las propias fantasías".

Sigmund Freud. Andy Warhol.

Los sueños dirigidos (ensayo) (segunda parte)

Sobre el arte


Con el propósito de resumir estas reflexiones que hemos postulado, podríamos volver sobre la idea de interrupción propuesta, puesto que la psicología misma sugiere una ruptura en la forma en la que analizamos el arte. Se suele señalar en esta materia que el artista es una suerte de neurótico y desarrolla un psicoanálisis en la simbología de su lenguaje artístico. A estos símbolos o imágenes, los trata como el espejo de su alma, permitiéndose así que sus inclinaciones salvajes se manifiesten en las imágenes compuestas a partir de su fantasía: en su creatividad; libera estas inclinaciones y deseos inconscientes por el mecanismo de la transferencia, o sustitución, asociando afectos tempranos con conceptos nuevos. Asimismo, el psicólogo y ensayista Lev Vygotsky dijo que el arte está en algún lugar entre el sueño y la neurosis: “Se basa en un conflicto demasiado maduro para el sueño, pero no lo bastante maduro para ser patógeno”.  Es decir, los sueños y las neurosis se manifiestan cuando el consciente y el inconsciente entran en conflicto el uno con el otro; el proceso psicológico es esencialmente el mismo en los tres, lo que varía es solamente el grado de intensidad. Los procesos generados en el inconsciente suelen tener continuación en nuestro consciente y, a su vez, muchos hechos conscientes son empujados al inconsciente. Existe en nuestras mentes una conexión continua, animada y dinámica entre estas dos áreas. El inconsciente, de forma indirecta, afecta todas nuestras acciones y se revela también en nuestro comportamiento consciente. Una obra de arte genera elaboraciones inconscientes mucho más intensas que las conscientes y, frecuentemente, se contraponen entre unas y otras. Freud sugirió dos formas de manifestación inconsciente más próximas al arte que las que hemos mencionado: el juego infantil y las fantasías de ensoñación diurna. El niño se toma muy en serio el mundo que él mismo crea; se toma su juego muy en serio y lo hace con una elevada dosis de energía. Este distingue muy bien entre el mundo creado por él y la realidad, y busca apoyo para los objetos y las relaciones imaginarias en los objetos tangibles de la vida real. En cambio, el adulto suele avergonzarse de sus fantasías y las esconde de los otros, las cría como a sus intimidades más personales; en general, preferiría el adulto confesar todas sus faltas antes que comunicar estas fantasías. Y no parecen ser nuestros sueños otra cosa que tales fantasías transfiguradas, como se pone en evidencia en su interpretación. En el arte, así como en los sueños, se expresan deseos que no pueden ser satisfechos de forma directa. En los sueños, estos deseos reprimidos se nos presentan forzosamente distorsionados; en las obras de arte, los expresamos bajo un disfraz. El artista debe dar una forma artística a sus deseos reprimidos, aquellas fantasías de las que se avergüenza, a fin de que puedan satisfacerse. La forma de una obra de arte proporciona un placer “hueco” o superficial, estrictamente sensorial, que actúa como señuelo, como un goce que atrae al espectador hacia lo que sería un ejercicio de reacción ante lo inconsciente, difícil, doloroso a veces. El disfraz artificioso tras el que se esconde la obra de arte le permite al artista revelar el deseo prohibido y, del mismo modo, engañar a la censura de la conciencia. El verdadero placer que surge de una obra de arte, tanto para su creador como para quienes atienden a esta, puede explicarse como la liberación de las fuerzas psíquicas de las tensiones que nos afligen, cuando superamos lo que nos repugna. Sin embargo, debemos aclarar que esto no quiere decir que el trabajo de un artista tenga un solo sentido o significado. El arte puede ser interpretado siempre de una manera distinta. Y no simplemente eso: este es experimentado, sentido de una manera distinta también, tanto como personas hay en el mundo. El logro del artista no reside en el contenido que quiso darle a su trabajo, sino en la flexibilidad de la imagen, en la capacidad de este para inspirar reflexiones y emociones diferentes. Sucede lo mismo con los sueños: difícilmente son la exposición o escenificación de una única idea. Reflejan, de hecho, una serie de representaciones en una complicada trama, ya que “existe en ellos una lucha transaccional entre lo reprimido y lo dominante, que deviene en todas las imágenes oníricas, desfiguraciones, que ocultan algo no desfigurado, pero repulsivo en cierto sentido”. Nociones similares con respecto a los sueños son planteadas por la neurociencia. Estos son un elemento importante dentro de los procesos creativos: los sueños ayudan en el proceso de inducción de una idea original; aunque solamente es posible, claro, sobre la base firme de un conocimiento naturalizado de aquello en lo que se pretende ser creativo. En los sueños, la actividad cerebral genera patrones más desordenados y el pensamiento creativo gesta nuevas combinaciones y posibilidades a las que, en estado de vigilia, difícilmente arribaríamos. Pero el relato consciente está teñido de fábulas también. Y si los sueños fueran una mera ilusión, sería posible que estos no fueran más que la ilusión de un relato construido al despertar.

Cazador cazado


Lo que resulta entonces de todo este trabajo es un intento aventurado de definir qué es el arte (intento que en el apartado anterior he comenzado a esbozar), así como lo que se refiere a los procesos creativos que lo impulsan y de dónde surgen estos en primera instancia. En los últimos párrafos de los apartados introductorios, menciono una frase muy conocida del escritor y ensayista Albert Camus: la existencia del arte se basa en la necesidad del ser humano de comprenderse a sí mismo y al mundo que lo rodea. Podríamos volver, de este modo, sobre la analogía del artista, el escritor más precisamente, como cazador. Como lo hemos referido en su momento, escribimos para intentar capturar emociones, pensamientos que conmueven nuestras vidas, que se impregnan en nuestro ser y que dejan una huella en nuestra sensibilidad y en nuestra forma de apreciar el mundo; todo esto, mediante el lenguaje. El ser humano necesita indefectiblemente ser capaz de interpretar el entorno que lo rodea, hacerlo suyo, transformarlo en algo reconocible para sí mismo; tiene una insaciable urgencia por aprehenderlo todo. Al no resultarle posible, busca la satisfacción de sus deseos de otra forma, a través de la transfiguración. El arte es esa pulsión por querer transmitir aquello que inquieta nuestra alma; nuestros procesos creativos intentan resolver esa búsqueda, esa transferencia. Y surgen, quizás, de lo que nos preguntamos sin decir una palabra, de lo que pensamos sin lograr articularlo, de nuestro inconsciente. Son los procesos creativos un interminable, continuo rastro de la indagación de nuestro propio espíritu y un intento fútil de comprensión de este mundo.

Las pasiones tumultuosas


Uno de los rasgos más característicos del arte es que los procesos creativos en los que se envuelve la obra y su uso parecen ser oscuros, inexplicables, inaccesibles para el pensamiento consciente. La interpretación es un malentendido, ya lo hemos dicho. Las palabras no pueden explicar los aspectos sustanciales e importantes de las emociones. Para el alma no hay leyes; tampoco para el arte. Ahora, como antes o después, el alma es y será insondable. Así como lo señaló Platón, son los poetas los últimos en conocer aquellos métodos que utilizan para su creatividad. Nuestros procesos inconscientes nos permiten comprender de forma indirecta, alegóricamente, lo que no puede ser entendido de forma inmediata. Todo el carácter psicológico de una obra de arte puede reflejarse en este carácter indirecto. El artista, mediante sus procesos creativos, selecciona elementos y los combina según las normas dadas o aceptadas, y traspone también estos elementos tradicionales a otros sistemas, y así sucesivamente. Por otro lado, el espectador percibe el carácter estético de una obra a través del sentimiento y la imaginación. El arte es entonces esa disciplina que sistematiza una esfera muy especial de la psique del hombre: sus emociones. Dado que el intelecto no es otra cosa que voluntad inhibida, podríamos concebir la imaginación como sentimiento inhibido. Los elementos más importantes de los actos creativos son los procesos inconscientes. Tal vez no sea que el mundo es confuso, sino que nosotros nos confundimos al querer interpretarlo: el mundo continuamente vierte sobre nosotros todo tipo de llamadas, deseos y estímulos. Nada más que una ínfima parte de estos fluye a través de nuestra conciencia y llega a verse realizada. Aquellos no realizados deben ser vividos de un modo u otro, para mantener un equilibrio entre nosotros y nuestro entorno. Los actos creativos, los sueños, el fantaseo parecen ser un medio psicológico para poder establecer dicho equilibrio en los puntos críticos de nuestro comportamiento emocional. El placer y el displacer pueden ser emociones intensas y prolongadas; pero, del mismo modo, como es propio de una emoción, nunca son claras.

Palabras finales


A modo de conclusión, cabría la posibilidad de considerar nuestros procesos creativos como una especie de catarsis, una forma de eliminar nuestros conflictos con el inconsciente sin caer en la neurosis, como dijo Vygotsky: “Un poderoso instrumento en la lucha por la existencia”. La posibilidad de liberar todas estas pasiones que nos irrumpen y que no encuentran su cauce en la vida normal y consciente es la posibilidad que nos da el arte y los procesos creativos. A lo largo de la historia de la literatura son innumerables las historias que se refieren a este tipo de procesos “reveladores”, en donde nuestra creatividad nos juega una “buena pasada”, por decirlo de alguna forma. Tal es el caso de Julio Cortázar, quien dijo haber soñado la historia del cuento titulado “Casa tomada”; o Robert Luis Stevenson, quien atribuyó a los sueños muchos de sus escritos, como El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde; o el poema “Kubla Khan” de Samuel Taylor Coleridge, que lo calificó como una creación opio-onírica. Pero este tipo de ejemplificaciones no se limitan simplemente al campo de la literatura. Al científico Friedrich Kekulé, según lo expresó él mismo, fue un sueño el que le permitió descubrir la estructura de la molécula de benceno. Por otro lado, pintores como William Blake o Paul Klee también atribuyeron muchas de sus obras a los sueños; algunos compositores, como Mozart, Beethoven o Wagner, han juzgado que los sueños son fuente de inspiración. Creemos que estos procesos inconscientes son más que una simple catarsis, una intuición, un talento innato o una inspiración espontánea. Se dice que “se escribe con la cicatriz, no con la herida”.  Estas palabras se refieren a que el lenguaje de nuestro inconsciente necesita de una cierta fluidez y de un tiempo de maduración para poder elaborar las representaciones, simbolismos, para traducirlos en ideas y conceptos a nuestro consciente. La omisión o insuficiencia de estos procedimientos en su evolución, nos limita quizás a sensaciones más efímeras y superficiales. Si prestamos mayor atención a estos procesos, podemos elevar nuestro espíritu a una instancia superadora, y es posible que escribamos menos, sin dudas, pero mejor. Serán nuestras producciones estéticas más significativas: escribiremos literatura.

For Wiliiam Blake. Ronnie Landfield.


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La verdad no hace un sonido

  Son las dos o tres de la mañana. Ella duerme. Él se levanta de la cama, adivina el pasillo, atraviesa la oscuridad menguada del comedor y sale al balcón en silencio. Algo no lo deja dormir, lo persigue. Desde hace rato. No puede no saber. La ciudad no duerme, nunca. Siempre hay luz desde algún lado. Saca del bolsillo de su pantalón el paquete de cigarrillos, toma uno, lo prende, juega un poco con él. Mira hacia delante, mira sin mirar. Justo frente a él, al otro lado de la calle, hay otro balcón con las luces prendidas todavía, el único. Las cortinas están corridas de par en par. Ahí está la señora que se pasa el día sentada en su sillón, casi siempre mirando televisión, otras veces pintando cuadros y otras, nada más sentada, mirando hacia delante, mirando sin mirar. Alguna que otra vez, la pudo ver salir a su balcón en un camisón transparente a regar las plantas.
  Todas las noches, cada vez que sale a fumar, la señora está ahí. Tiene la casa repleta de sus propios cuadros, como si fuera una galería tristemente exclusiva, ignorada. Él se queda observando un rato, a la señora y a los cuadros.
  Después, sus ojos se fijan en una sombra extraña entre un conjunto de sombras recortadas sobre el paredón de al lado del edificio de la señora. La sombra se mueve. Podría ser él mismo, no sabe… o algo detrás de él. No puede no saber. No se movió, o tal vez sí, para escudriñar la sombra, no recuerda. Mueve la cabeza para ver si la sombra imita sus movimientos. Podría ser, no puede estar seguro. Se da vuelta. Nada. Solamente se va a sí mismo en el espejo del comedor; detrás, a lo lejos, la señora, sentada. Baja los ojos y pita el cigarrillo, nervioso, ansioso. Vuelve a poner los ojos en el paredón, intenta adivinar las sombras, se detiene en una, en esa. Sigue ahí, moviéndose. Lo inquieta. Mira de vuelta hacia atrás. Nada. No sabe de dónde viene, o a dónde va.
  No es una persona supersticiosa, pero esto le inspira un profundo terror. Tampoco sabe mucho de qué se trata esa sensación. Se le ocurre que, quizás, por eso le tenemos tanto miedo a la muerte: no sabemos de dónde viene, ni a dónde va. Intenta sacarse esa idea de la cabeza, ahuyentarla, evitarla, como a esa sombra. Pero él necesita saber, no puede no saber. Da una pitada profunda a su cigarrillo. Ahora quisiera gritar o llorar, lo que le salga primero. Ninguna le sale. Piensa en la chica que duerme en la habitación contigua. Qué pensaría ella si se entera de todo eso que piensa, o de que sale a fumar por las noches.
  Intenta adivinar lo que pinta la señora, pero no alcanza a ver. Ella pinta a un hombre, en un balcón, fumando; detrás de ese hombre, algo que no tiene rostro ni forma definida lo espera.
  Él termina el cigarrillo, lo arroja a la calle y se ríe. El murmullo del silencio de la ciudad lo envuelve; la noche resplandece insomne. No hay grito, ni llanto, ni ladridos alterados. No puede no saber, no puede. Se da vuelta para volver al interior de su departamento, y no…  Levanta los ojos y algo lo detiene, lo paraliza. La chica que duerme nunca se va a enterar, piensa en ella por un momento. Su cuerpo tiembla. No le salen las palabras. La caída de cuatro pisos lo hunde, apacible, en la noche, sin hacer un sonido.


El grito. Edward Munch.