domingo, 20 de marzo de 2016

Los sueños dirigidos (ensayo) (primera parte)

Lo que se encuentra detrás de lo que hay detrás


Podríamos decir que detrás de toda etapa consciente de estructuración de una obra, se encuentran nuestros procesos inconscientes: antes, durante y aun después. Tanto la psicología como la filosofía moderna han intentado teorizar sobre estos procesos. Sigmund Freud ha dedicado a este tema unos cuantos ensayos, todos compilados en el libro Psicoanálisis del arte (2008). Por su parte, Georges Bataille también ha hecho sus reflexiones. Ambos comparten más de una hipótesis o proposición en común, como la sublimación y las similitudes entre el arte y los sueños. Sin embargo, lo más destacable es que ambos asemejan la perspectiva o la visión del mundo del artista con la de un niño; y sus producciones, con el juego. Según Freud: “Lo opuesto al juego no es la seriedad, sino la realidad efectiva”.  Hay en este postulado un indicio de lo que es la sublimación: el fantaseo del niño, la negación de una realidad, el libre albedrío del ello. Bataille expresa que, una vez que llegamos a la adultez, se nos impone un mundo que debemos aceptar como natural. Una vez inmersos en esta farsa a la que entramos por nuestra propia voluntad, algunos pocos se sienten aún víctimas de una trampa y no dejan de desconfiar: “Como chicos buscando las hendiduras de una cerca, intentan mirar a través de las fallas de ese mundo”. Esto, asimismo, recuerda al concepto de sueños diurnos de Freud: “Cuando el adulto cesa de jugar, solo resigna el apuntalamiento en objetos reales; en vez de jugar, ahora fantasea. Construye castillos en el aire, crea lo que llamamos los sueños diurnos”.

Interrupción


“Todo comienza por una interrupción”.  Y de hecho, la escritura, como cualquier otra forma de arte, así lo hace. La figura del escritor es similar a la de un cazador. Esta tal vez sea una analogía posible. Es decir, se escribe para intentar capturar instantes, emociones, pensamientos que conmueven nuestras vidas, que se impregnan en nuestro ser y que dejan una huella en nuestra sensibilidad y en nuestra forma de apreciar el mundo: algo en nuestra existencia nos atraviesa abruptamente, y nos urge intentar adivinarlo. También se dice que los escritores escriben porque quieren comprender el mundo que los rodea, porque quieren comprenderse a sí mismos: “Si el mundo fuera claro, el arte no existiría”. Las citas proliferan. Sin embargo, todas convergen en un postulado: el arte es una necesidad imperiosa para el artista, es un proceso que nunca acaba. Algunos incluso aseguran que es sufrimiento, que se escribe “para terminar de escribir”,  aunque esto resulte ilusorio, ya que nunca terminamos: el arte es una fe, una creencia que ayuda a sostener la vida. En una oportunidad, el escritor norteamericano Paul Auster hizo una excelente reflexión que sirve a nuestros fines: “Alguien se convierte en artista, particularmente en escritor, porque no está del todo integrado. Algo está mal entre nosotros, sufrimos por algo, es como si el mundo no fuera suficiente, entonces sentís que tenés que crear cosas e incorporarlas al mundo. Una persona saludable estaría contenta con tomar la vida como viene y disfrutar la belleza de estar vivo. No se tiene que preocupar por crear nada. Otros, como yo, estamos atormentados, tenemos una enfermedad, y la única manera de soportarla es haciendo arte". La inconformidad ante lo fugaz, lo efímero, lo injusto, lo despiadado, lo horroroso es la interrupción que da forma a las letras de un escritor. Este necesita hacer ese desplazamiento, sublimar sus deseos, sus ansiedades y sus frustraciones. Al fin y al cabo, como lo explica la psicología, el ser humano guarda en cada una de sus acciones ese deseo inconsciente de retornar a su infancia, esa fantasía donde el mundo todavía no lo había decepcionado, donde todo era siempre posible. Así también lo expresó el célebre pintor Pablo Ruiz Picasso al referirse a que, perfeccionándose a través de años, había logrado pintar como los pintores del Renacimiento, pero pintar como los niños le había llevado toda una vida de aprendizaje.

Crucifixión. Pablo Picasso.

Arquitectura de los castillos en el aire del arte


Ahora bien, cabe hacer un breve comentario sobre lo que algunos grandes autores y teóricos han sabido reflexionar sobre la relación entre los sueños, el inconsciente y la literatura misma. Como suele hacerse notar también a lo largo de su obra, Jorge Luis Borges dijo alguna vez que la literatura no es otra cosa que un sueño dirigido. Freud, de la misma forma, manifestó que la obra de arte tiene el mismo origen que los sueños. Es decir, tanto el arte como los sueños son manifestaciones de un deseo inconsciente y son creados a través de los mismos mecanismos. Podríamos señalar entonces que la literatura se construye sobre la misma base que la de los sueños: la mirada interior, lo simbólico, la tragedia del yo frente a la represión y frente al deseo, la magia o la ilusión de liberación del ello, lo pulsional. Todo esto aparece siempre entre líneas, entre los espacios en blanco que dibujan las letras. La admiración o embelesamiento que sentimos por una obra de arte, no implica que tengamos una absoluta comprensión de esta ni de lo que representa. Los significados devienen en interpretaciones, a las que cada lector, cada soñador les concede un sentido y una coherencia propios. La atención del lector a una obra literaria en particular se origina en la intención de una abstracción, un aislamiento que le provoque una reacción estética, apartándolo de una realidad particular regida por convenciones; es decir, se sitúa frente a esta como frente a una alucinación voluntaria que vive en su propia piel y que desborda sus sentidos. Aquello que tan poderosamente nos impresiona no puede ser otra cosa más que la intención del artista en cuanto él mismo ha logrado expresarla en la obra y hacérnosla aprehensible. Solemos creer que somos nosotros quienes inventamos, construimos relatos. En realidad, sucede todo lo contrario. A través de los relatos, lo que hacemos es inventarnos a nosotros mismos, construirnos a medida que contamos una historia. La vida misma, la historia de la humanidad es un relato, y también un sueño, podría decirse, plagada de simbolismos. El arte perdurable, por calificarlo de alguna manera, es aquel que precisamente aborda estas ficciones cargadas de figuras, representaciones, sospechas perceptivas; gira en torno a ellas, las hace y las deshace y las vuelve a hacer según la emoción que domine nuestro espíritu creativo. Es allí donde se encuentran los temas universales, absolutos, arquetipos que son indistintos a cualquier sociedad y a cualquier momento histórico. Por esto es que cautivan. “Quien conoce estos procesos psíquicos —dijo el psicólogo y ensayista Carl Gustav Jung—, sabe con qué subterfugios y maniobras de autoengaño se hace a un lado aquello que no conviene”. Al caer por debajo del umbral de la conciencia, estas cuestiones que nos desbordan desde los principios de nuestros tiempos, que se refieren a los grandes interrogantes de la sensibilidad humana, siguen viviendo en forma latente. Las desplazamos entonces, a través de la sublimación, el juego, el fantaseo, a nuestros procesos creativos y artísticos. La literatura, los relatos que inventamos (o nos inventan) hacen ver, muestran; sin embargo, no dicen. No se puede extraer de estos una conclusión única y reveladora; pero llaman a la interpretación, que sí resulta reveladora para nosotros mismos.

Volverse otro para encontrarse a uno mismo


El arte nos otorga la posibilidad de exteriorizar, a través de las creaciones propias, nuestros más secretos sentimientos y estados anímicos. Algunos de estos muchas veces son ignorados hasta por nosotros mismos. Las fábulas, las ilusiones, el fantaseo del arte son distorsiones de nuestro mecanismo psíquico que pueden llegar a conmovernos o conmover a otros, sin saber realmente por qué. El filósofo y ensayista Georges Bataille describe que el espíritu de lo poético, de la literatura se concibe con la idea de un cambio incesante, para así evitar la muerte: volverse otro y no permanecer idéntico a sí mismo. Es decir, el ser del arte es esa condición de cambiar. Desde este punto de vista, podríamos considerar a la literatura como un juego de roles que, en un principio, satisface y exalta a quien escribe; luego, dependerá del talento y de la habilidad del escritor que este goce pueda ser transmitido más allá de sí mismo, a los eventuales lectores. Asimismo, podríamos decir que nuestros procesos creativos son transfiguraciones de lo que, día a día, a lo largo de nuestra vida, nos acontece, nos preocupa o nos estimula: aquello que provoca y conmueve nuestro espíritu. De algún modo, entonces, el arte tiene la intención de hacer “transparente” el mundo, nuestro mundo; mundo en el que habitan tanto nuestros deseos como nuestros miedos. Pero esta tarea es solamente posible a través del propio lenguaje. Nuestros pensamientos, mediante símbolos, expresan expectaciones, propósitos o reflexiones; dichos símbolos nos resultan reconocibles muchas veces, en cierta medida, mientras que muchas otras veces, no. El significado de las alteraciones de los sentimientos y estados anímicos de nuestro espíritu, en ocasiones, permanece oculto hasta para nosotros mismos. Freud, llama a estos procesos sublimación. Sucede cuando soñamos, cuando fantaseamos, y sucede también cuando nos expresamos artísticamente. A través de nuestros personajes y de los escenarios en los que los ubicamos, damos cuenta de aquello que profundamente nos inquieta: nuestras ansias, nuestros deseos, lo que nos sorprende, o lo que nos perturba de los otros, de nosotros mismos. Todo esto se pone así en juego y es, efectivamente, un juego. En otras palabras, estas representaciones de nuestro inconsciente, nuestros procesos creativos en sí mismos, son una suerte de continuación o sustitución de nuestros juegos infantiles, fantasías provocadas por emociones intensas y reales, deseos propios que se pueden ver realizados en la obra de arte misma: “El poeta atempera el carácter del sueño diurno egoísta mediante variaciones y encubrimientos, y nos soborna por medio de una ganancia de placer puramente formal, es decir, estética, que él nos brinda en la figuración de sus fantasías. A esa ganancia de placer que se nos ofrece para posibilitar con ella el desprendimiento de un placer mayor, proveniente de fuentes psíquicas situadas a mayor profundidad, la llamamos prima de incentivación o placer previo. Todo placer estético que el poeta nos procura conlleva el carácter de ese placer previo, y que el goce genuino de la obra poética proviene de la liberación de tensiones en el interior de nuestra alma. Acaso contribuya en no menor medida a este resultado que el poeta nos habilite para gozar, sin remordimiento ni vergüenza algunos, de las propias fantasías".

Sigmund Freud. Andy Warhol.

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