jueves, 19 de julio de 2018

Walt Whitman (poemas traducidos)


Mi primer acercamiento a la poesía anglosajona fue a través de Walt Whitman. En realidad, lo fue a través de Robin Williams, que citaba al primero, en la película Dead poets society. La película es conmovedora, y la pasión que transmite el actor por la poesía lo deja a uno pensando, mucho. La escena en la que todos los chicos se van subiendo, uno a uno, de a poco, a sus pupitres mientras exclaman: “¡Oh capitán! ¡Mi capitán!”, es grandiosa. Después, a eso de los dieciséis, me compré una edición económica de la poesía completa del estadounidense: Leaves of grass. Demás está decirlo: nunca pude terminar de leerla. Leí algunas partes, me salteé otras. Guardé en mi memoria algunas de ellas. Aquí dejo mis traducciones personales.

¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán!


¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán! Nuestro viaje ha terminado,
El barco ha resistido cada vendaval, nuestra recompensa hemos ganado,
El puerto está cerca, las campanas suenan, la gente está exultante,
Mientras sus ojos siguen la firme quilla de la intrépida y magna nave.
¡Pero, oh mi corazón! ¡Mi corazón!
Gotas de sangre destila su cuerpo,
En la cubierta, donde mi capitán cayó,
Allí yace frío y muerto.

¡Oh Capitán! ¡Mi Capitán! Levántese; las campanas debe oír;
Levántese, para usted izan las banderas, para usted trina el clarín;
Para usted, los ramos y las flores; para usted, se juntan en la margen;
Para usted, los gritos de toda esa gente, sus caras expectantes.
¡Levántese, Capitán! ¡Querido padre!
¡Descanse en este brazo su cabeza!
En la cubierta –tiene que ser un sueño–,
Yace su cuerpo frío y muerto.

Mi Capitán no responde, sus pálidos labios están mudos,
Mi padre no siente mi brazo, ya no tiene voluntad, no tiene pulso,
El barco ha anclado sano y salvo, su misión ha cumplido y terminado,
Del viaje intrépido, el victorioso barco entra con el premio ganado.
¡Griten vivas! ¡Toquen las campanas!
Mientras yo, en mi desconsuelo,
Camino por la cubierta, donde yace
Mi Capitán frío y muerto.

La marcha de las filas hostigadas por el camino desconocido


La marcha de las filas hostigadas por el camino desconocido
En la senda de un bosque espeso, entre la oscuridad, con pasos enmudecidos
De nuestro ejército anulado por las ingentes bajas y el hastío de una retirada aciaga
Hasta que, pasada la medianoche, sobre nosotros se posa la pálida luz de un edificio.
Llegamos a un claro en el bosque y nos detenemos frente a esta pálida luz de ese edificio,
Frente a una iglesia grande y vieja sobre el camino; ahora, un hospital improvisado.
Habiendo entrado, por un minuto, veo lo que ningún poema ni cuadro podrían describir:
Sombras en la oscuridad más desesperante, iluminadas por velas y lámparas de mano,
Y por la gran boca de una antorcha inmóvil de ondulante lengua roja y con humeantes babas.
Alrededor, por el piso, veo esparcidas formas vagas, algunas en los bancos recostadas;
A mis pies, distingo un soldado, muy joven, desangrándose (tiene un disparo en el abdomen).
Detengo el sangrado y le doy un breve alivio (su rostro está tan pálido como un lirio);
Luengo, antes de retirarme, vuelvo mis ojos sobre la escena para absorberlo todo:
Los rostros, sus rasgos, lo indescriptible; la mayoría en la oscuridad, algunos muertos;
Cirujanos operando, asistentes iluminando; el olor del éter, el hedor de la sangre.
El pelotón, oh el pelotón sangriento e informe, el patio también está lleno;
Algunos en la tierra, otros en tablones o en camillas, otros en el sudor frío de la muerte.
Se escuchan quejidos, llantos, al médico gritando órdenes o llamando;
El brillo de los pequeños instrumentos de metal refleja el brillo de las antorchas.
Esto recuerdo mientras recito, veo otra vez las formas, huelo el hedor.
Luego escucho las órdenes dadas afuera: “Formense, soldados, formense”,
Pero, primero, me inclino hacia el joven; sus ojos abiertos, una sonrisa a medias me da él.
Luego los ojos se cierran, lentamente se cierran, y yo me adentro en la oscuridad,
Recordando, marchando, siempre en la oscuridad marchando, entre las filas que 
El camino desconocido siguen marchando.

Urdí, urdí, porfiada vida


Urdí, urdí, porfiada vida,
Urdí así un soldado fuerte, impecable, para grandes campañas apremiantes
Urdí la roja sangre, urdí los músculos como cables, los sentidos, la vista urdí,
Urdí siempre constante, urdí día y noche la trama, la urdimbre, incesante, no te canses
(No sabemos de qué sirve, oh vida, ni el propósito, el fin, ni si nos corresponde saber,
Pero sabemos el quehacer, la necesidad está y va a permanecer; la marcha de la paz teñida de muerte, así como la guerra, permanecen).
Si las grandes campañas de la paz usan los mismos finos hilos para urdir,
No sabemos por qué, pero aun así urdí, por siempre urdí.

Una medianoche serena


Es esta tu hora –oh alma–, tu caída libre hacia lo inefable,
Lejos de los libros, lejos del arte; el día abolido, la lección hecha;
Salís y te mostrás, silenciosa, contemplás, meditás sobre los temas que más amaste:
Noche, sueño, muerte y las estrellas.

La oración última


Al final, piadosamente,
De las densas paredes de la casa fortificada,
Del encierro de las cerraduras oxidadas, del claustro de las puertas canceladas,
Dejame exhalarme.

Dejame deslizarme silenciosamente;
Con la llave de la levedad destrabá las cerraduras, con un suspiro abrí 
de par en par las puertas, oh alma.

Piadosamente, no seas impaciente
(Fuerte es tu yugo, oh mi carne moral,
Fuerte es tu yugo, oh mi amada).

Todas las traducciones pertenecen a Paulo Manterola.

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